Chamacuero, Gto.
(También llamado Comonfort, Gto.)
RODAJAS DE QUIOTE

Hay muchas cosas que por cotidianas casi no nos llaman la atención, lo cual, por supuesto, no significa que no sean hermosas y significativas. Un domingo, cuando asistí a la plaza cívica a tomar fotografías, me llamó la atención un hermoso puesto (acomodado a la sombra de una Jacaranda que floreaba con desenfado), donde un hombre de sabia actitud serruchaba con destreza unas rodajas de quiote para disponerlas a la venta en un acomodo llamativo.
El consumo del quiote es una práctica muy extendida por todo el territorio nacional. Pero no por ello está usted obligado a saber qué es este producto, así que vamos desde el principio, antes de regresar al puesto de quiote bajo la Jacaranda:










LA GUITARRA SÉPTIMA

Juan José Carracedo

    En la trastienda del negocio de Papá estuvo colgada por muchos años una guitarra muy peculiar. En primera era muy grande, tenía 12 clavijas, las caderas eran muy anchas y tenía también un botón de madera en la base.
    Cada vez que preguntaba a Papá por la guitarra me decía: "la tía era una guitarra séptima que Lelo arregló para que quedará como guitarra doble". Lo de guitarra séptima me sonaba a que tenía siete cuerdas, pero, ¿por qué la maquinaría tenía doce clavijas? Más ruido causaba en mí lo de guitarra doble, ¿cómo acomodaría el señor Lelo los dedos para tocarla?
    Gracias a ese diabólico instrumento producto del avance  tecnológico que propicia la globalización y sólo se preocupa por mostrar mujeres desnudas conocido como internet, encontré que en el Estado de Hidalgo habían encontrado una guitarra séptima que fue construida en Alemania entre 1740 y 1760.
    Después de varios trámites burocráticos tuve la oportunidad de tener en mis manos la guitarra que perteneció a don Abundio Martínez, músico y compositor de fama internacional nacido en Huichapan.
    La guitarra era más pequeña que la que tenía Papá, tenía además 14 clavijas y las barras armónicas (que van debajo de la tapa superior) tenían una distribución muy diferente a la séptima de Comonfort.


































EL BARRIO DE LA RINCONADA Y SUS SEMANAS CULTURALES

Tal vez usted conozca el barrio del la Rinconada, tal vez no; no es uno de los lugares más accesibles del municipio ni hay, en sus calles o fachadas, algo que motive destacadamente a visitarlo. Por la cercanía puede pensarse que forma parte del barrio de los Remedios, pero el gran espacio que media entre la fecha de poblamiento de uno y otro barrio lo desmiente. Sin adentrar en los motivos de la fundación podemos decir que un grupo de colonos, por llamarlos de alguna manera, arribó en los años cuarentas a lo que no era sino un pedazo de la falda del Cerro de los Remedios y al que fueron dándole fisonomía de espacio habitable y embelleciendo desde aquel entonces hasta nuestros días. El Lajar era el nombre con el que este lugar era conocido, pero cuentan los lugareños que en alguna ocasión, en los años setentas, se realizó una peregrinación de imágenes religiosas de la Santa Cruz provenientes de todo el municipio. Los habitantes de la Rinconada olvidaron recoger su imagen al término de la ceremonia y el Cura Francisco Nambo pidió por el micrófono "a la gente de allá, de la Rinconada de los Remedios" que pasaran a recoger su imagen. Ello bastó para que el nombre se adueñara del lugar o para que los habitantes se adueñaran del nombre desde entonces.  Pero ¿Qué hay en el Barrio de la Rinconada? Aparte de una serie de callejuelas estrechas y enlajadas, algunos callejones y las viviendas de sus habitantes hay un pequeño templo, un atrio  que viene siendo más bien un ensanchamiento de la calle, pero que para la topografía del terreno es un logro considerable. El templo, su actual fachada, su torre y en especial el reloj y sus cronométricas campanadas son parte del orgullo del barrio, ya que son producto del trabajo comunitario y sobre cada elemento que mencioné hay anécdotas e historias por demás interesantes. El templo está dedicado a la Santa Cruz, cuya devoción profesan los vecinos  desde muchos años antes de poblar la Rinconada. Frente al atrio del templo hay un foro comunitario: unos dos metros sobre el nivel de la calle se ubica un amplio espacio y en éste se realizan todo tipo de presentaciones.
























 
Hace más de medio siglo el señor Francisco Téllez se dedicaba a fabricar y vender  raspados.  Como evolución directa de su habilidad para manejar  el hielo y los sabores, comenzó a vender nieve de limón, siempre de manera ambulante, primero a pie,  en una mano portaba el bote de nieve y en la otra los vasos y los barquillos; después en un burrito, colocaba un bote de nieve a cada lado del animal y así recorría las calles del pueblo.  Años después la hija de don Francisco, la señora  Guadalupe Téllez Hernández, colocó un puesto fijo en la plaza doctor Mora. Tres bancas de madera delimitaban el puesto, al centro los botes que para estos tiempos ya contenían tres  sabores diferentes: limón (de agua), fresa y vainilla (de leche).  Años más tarde su hija, la señora Margarita Colorado Téllez (mejor conocida como doña Mago), asumió la dirección del negocio.
Cuando los tianguistas, que habían hecho de la plaza doctor Mora su lugar permanente, fueron reubicados, doña Mago  trasladó su negocio en un local al lado poniente de la plaza, es decir, a unos metros de su ubicación original.
En el improbable caso de que usted no conozca la nieve de doña Mago ni los raspados de donde evolucionaron, debo comentarle que un raspado se fabrica frotando sobre un bloque de hielo una caja metálica embisagrada provista de un cuchilla, esto permite colocar en un vaso una masa compacta de pequeños fragmentos de hielo.  A esta masa  se le agrega un jarabe muy dulce que tiñe el hielo de colores y sabores.  
Doña Mago nos permitió conocer su fábrica, la cual está claramente dividida en dos espacios; en el primero de ellos se elaboran las substancias que habrán de convertirse en nieve, son algo así como un agua de sabor, digo algo así porque tiene sus diferencias en cuanto a concentración y endulzado.










































































La señora Margarita Colorado Téllez (doña Mago)
 
Por conversaciones con algunos amigos, muy conocedores de nuestro municipio, supe que en las pulquerías cercanas se practica un singular juego de mesa donde interviene una penca de nopal, unos palillos y unos palos.  Como no tenía yo más información y el juego se practica mayormente en las pulquerías, decidí buscar alguien afecto al pulque, un verdadero borrachín para que nos platicara al respecto, así que acudí al señor Raúl García Morales, para que tratara de localizar a alguien con ese perfil. Él, muy acertadamente me hizo comprender que ni el juego es un juego de "borrachines" ni los consumidores de pulque necesariamente lo son.  Puso tanta vehemencia en su argumento que me  convenció de conocer el juego en el lugar tradicional de su práctica y en las circunstancias necesarias para captarlo a cabalidad, esto último se traduce como "tomando pulque".
Quizá por la falta de costumbre de ambos, o por lo complicado del reglamento del juego,  luego de tres litros de pulque de mi parte y de la suya las explicaciones de la mecánica del juego me parecían exageradamente complejas; hacia los cinco litros eran incomprensibles. Por lo mismo, luego de reponernos unas semanas de nuestra incursión pulquera, decidimos acudir de nueva cuenta al lugar de los hechos como meros espectadores, sin embargo un servidor no pudo tramitar debidamente el permiso doméstico correspondiente, dada mi anterior experiencia y la investigación la realizó, ahora sí en su sano juicio, el señor Raúl García Morales, a quien agradezco su labor, la cual transcribo:

Este juego con características y manejos matemáticos es llamado QUINCE Y SECA o PALILLO, el nombre va en función a interminables discusiones sobre su origen, mismo que perdemos en el tiempo y no podemos asegurar  su procedencia, sin embargo aseguramos en nuestra investigación que este tipo de juego es propio y casi exclusivo de las pulquerías.
En algunas regiones de Michoacán se practica este pasatiempo, con muy pocas variantes, en algunas zonas de Colima el sistema de puntuación es el mismo pero el "tablero" es un tanto diferente", de hecho, se dibuja sobre la tierra. Pero ni allá ni acá tenemos noticia cierta de su origen, el hecho de ser común a lugares relativamente distantes, siempre nos da una idea de su antigüedad.
En nuestra región aún se juega alegremente en las pulquerías que tenemos en los derredores de nuestra zona urbana, creemos que la duración de cada juego va en función de estar degustando simultáneamente un sabroso pulque mientras se tienta la suerte tiro a tiro de los palos que con sus figuras van marcando el destino de triunfo o derrota de los contendientes.
Lo juegan cuatro jugadores, los cuales manejan dos palitos cada uno (pueden ser palillos, cerillos o simples ramitas) en una tabla o penca de nopal. El talero de juego consta de un cuadrado con quince agujeros por lado, y seis agujeros hacia el centro en cada esquina, dos agujeros más a cada lado del termino de los seis agujeros, estos últimos son sólo comodidad para digamos mantener de pie los palitos de cada quien, estos dos agujeros no cuentan para nada.

 
Allá por los años treinta, quizá un poco antes, el señor Isidro Centeno se dedicó a hacer pan, un pan tan exquisito y delicado que, ochenta y tantos años después, varias generaciones de chamacuerenses lo han disfrutado y lo siguen comiendo.   Claro, no debemos pensar que don Isidro Centeno sigue, hoy día, realizando tal actividad. Él enseño el oficio a sus hijos, Carmen y José, los cuales transmitieron la sabiduría necesaria a su hijo don Vicente Centeno Tellez, quien, desde hace unos años cedió su conocimiento a cinco de sus hijas.  Ellas con sus manos talentosas continúan, para beneplácito de todos nosotros, esta añeja tradición.  Es decir que van cuatro generaciones de diestros artesanos de la Fruta de Horno. Por ese motivo  las piezas de pan que podemos disfrutar cualquier sábado por la tarde o domingo por la mañana  son las mismas que se horneaban hace ochenta años.  Claro que habrá sus diferencias, porque las manos de entonces no son las manos de ahora y los materiales también cambian aunque no se quiera. Lo que puedo asegurarle es que la fidelidad de las señoritas Centeno a los procedimientos que su padre les enseñó es absoluta, el horno es un horno de tabique de forma semiesférica y el pan se hornea con leña, la leña no está abajo ni afuera del pan, está a un lado. Además,  no utilizan saborizantes ni conservadores de ningún tipo. No cuesta trabajo imaginar que estamos probando un pan delicioso que salió del horno hace ochenta años.
Hay algo que sí ha cambiado; en la actualidad se elaboran ocho piezas diferentes de pan, pero antiguamente había alrededor de quince, es decir que algunas se dejaron de fabricar y su receta y su proceso se han perdido.
Debo hacer hincapié en que por más que a los chamacuerenses nos fascine este pan desde hace casi un siglo, el volumen de producción del mismo es muy reducido, es la producción artesanal de cinco personas durante un par de días. De hecho se expende en una mesita de cincuenta por ochenta centímetros; en ese pequeño espacio sobresalen otros treinta centímetros de piezas convenientemente acomodadas. Esto lo comento por si alguien -como ya ha sucedido- está imaginando toda una empresa que además comercializa y distribuye en varios municipios. Muy por el contrario, si a usted le interesa disfrutar estas delicias, debe, como un servidor, estar muy al pendiente de la hora en que se expende, son sólo un par de horas el sábado en la tarde y un par de horas el domingo en la mañana.  Y si no alcanzamos usted o yo, habrá que ponerse listo para la siguiente semana.

Los palillos sirven como marcadores para cada jugador, van moviéndolos  por el tablero en base a las reglas que veremos más adelante.
Hay además cuatro palos de unos diez centímetros de largo redondos por una cara y planos por otra, en la cara plana están marcados unos símbolos, estos palos son regularmente de escoba. Sin embargo, luego de profundas investigaciones, podemos afirmar que, sin menoscabo para el desarrollo ágil del pasatiempo, también pueden ser palos…  ¡de trapeador ¡
Los palos vienen a hacer la función que en otros juegos hacen los dados, los cuatro tienen un dibujo diferente cada uno:
Palo número 1-está marcado con varias X, este palo vale 15 puntos
Palo número 2-está marcado con dos X y vale 6 puntos
Palo número 3-está marcado con una X y dos rayas laterales, este palo vale 4 puntos
Palo número 4-está marcado con tres líneas haciendo una figura como de flecha y vale 1 se le llama también seco.


QUINCE

SEIS

CUATRO

UNO
"SECO"

Los cuatro palos hacia arriba valen 4 puntos
Tres hacia abajo y el 15 arriba vale 15 puntos
Tres hacia abajo y el 6 hacia arriba vale 6 puntos
Tres hacia abajo y el 1 hacia arriba vale 1 punto
Dos hacia abajo y el 15 y 1 hacia arriba suman 16 puntos
Dos hacia abajo y el  15 con cualquiera menos el 1 suman 2 puntos
Dos hacia abajo y el 4 y el 1 suman 2 puntos
Dos hacia abajo y el 6 y  el 4 suman 2 puntos
Dos hacia abajo y el 15 y el 6 suman 2 puntos
Uno hacia abajo y el 15 y el 6 y el 4 suman 3 puntos
Uno hacia abajo y el 6 y el 4 y el 1 suman 3 puntos
Todos hacia abajo suman 10 puntos

Algunos ejemplos de puntuación:

DOS PUNTOS
UN PUNTO
DIEZ PUNTOS
TRES PUNTOS
CUATRO PUNTOS
DOS PUNTOS
CUATRO PUNTOS
DIECISÉIS PUNTOS
Tomar estas fotografías demoró mucho tiempo, tuvimos que lanzar los palos muchas veces hasta que salía la combinación que queríamos ilustrar.




Para iniciar el juego cada participante lanza los palos, aquel que obtenga mayor puntuación es quien comienza a avanzar primero.
Cada jugador comienza a jugar por una esquina, debe recorrer los cuatro lados del cuadrado avanzando el número de puntos que sus tiradas con los palos le permitan, al regresar a su esquina debe ascender por los seis puntos que salen de su esquina hacia el centro, al llegar al último de estos gana la partida. Una vez que llega a este tramo, sus tiradas con los palos sólo son útiles cuando saca 1,2 o 3 puntos.
Con los puntos obtenidos en una tirada el jugador puede mover uno de sus palillos o ambos, dividiendo los puntos entre ambos palillos según su estrategia, es decir que si la tirada de los palos le otorga quince puntos, puede avanzar a la derecha 9 y a la izquierda seis.
Usted, amable lector, que no está bajo los efectos del rico néctar de los magueyes, se preguntará, ¿para que querría un jugador avanzar en sentido contrario uno de sus palillos?, máxime que el objetivo final es que uno sólo de éstos recorra el tablero.
La razón es de estrategia pura, ya que si al mover sus palillos llega al sitio ocupado por un contrincante, hace que el palillo del contrincante retroceda el mismo número de puntos de su tirada, semejando esto al juego de serpientes y escaleras, de allí que un juego en el mejor de los casos puede durar hasta dos horas fácilmente.
Puede ser que en el juego se cruce alguna apuesta, una muy típica es un litro de pulque, pero en ocasiones se llegan a jugar altísimas sumas de dinero (unos 100 o 200 pesos).
Hace falta practicar este juego para percatarse de cuán interesante es, de no serlo no habría subsistido durante tantos años y no tendría el arraigo que aún tiene. A manera de anécdota, nos enteramos que un hijo del señor Cecilio López, del barrio de La Rinconada, realizó una investigación sobre este juego, como parte de un trabajo académico sobre juegos de numerología, en su institución educativa, en el estado de Georgia.  El juego se popularizó enormemente, despertó el interés de sus profesores y le valió un reconocimiento. Claro, no sólo está fuera de contexto, le falta el sabor insustituible del pulque y el ambiente mágico de nuestro pueblo.


Pero más allá de esto, conviene hablar acerca del nombre que este pan recibe, se le llama "Fruta de Horno", y antes de seguir hablando hay que aclarar dos ideas erróneas al respecto:  en modo alguno son frutas  (naranjas, manzanas, etc.) transformadas en pan, ni se utiliza fruta alguna en su elaboración.
Nadie puede negar que el nombre es bello: "Fruta de Horno", es como mencionar que son el producto más importante que pueda salir de un horno. Me gustaría decir que el nombre fue ocurrencia poética de don Isidro Centeno, bisabuelo de las actuales productoras, pero no podemos asegurar ni negar tal hecho, en particular porque el nombre no es exclusivo del municipio, ni del estado. En otros pueblos de Guanajuato, Hidalgo o Morelos  se elaboran panes a los que se les llama Fruta de Horno y, curiosamente, aunque no se parecen en aspecto o forma al de Chamacuero, tienen el común denominador de ser artesanales, producidos por una misma familia que ha ejercido esta actividad por generaciones. Para saber más sobre la fruta de horno de otros pueblos, búsquelo en otras páginas porque aquí nada más hablamos de Chamacuero.
Mencioné que en la actualidad se fabrican ocho piezas, las ilustro con su nombre para  despertar los apetitos, o si usted es un chamacuerense alejado de su pueblo, para despertarle la nostalgia en el paladar o la evocación de  otros tiempos.


VAQUITA DE PICADILLO

CAMPECHANA

GAZNATE

CORONA

POLVORÓN

PANOCHA


TROCANTE


EMPANADA


Además de las citadas e ilustradas, también se elaboran volovanes de picadillo pero, como su elaboración requiere de una baja temperatura ambiente, sólo podemos disfrutarlos en invierno y concretamente sólo el 31 de diciembre por la noche. En el espacio vacío colocaremos la imagen de un Volován, cuando tengamos la suerte de conseguir uno y alcanzar a fotografiarlo.

Mencioné que la Fruta de Horno se expende en una mesita pequeña, anteriormente esta mesita se transportaba en la cabeza, pero llegaron a ocurrir lamentables accidentes; en ocasiones,  cuando aún se realizaba un tianguis en la plaza Dr. Mora, el enredijo de cuerdas y cables de los puestos hizo precipitar la mesita con todas sus delicias, mismas que quedaron lamentablemente arruinadas.  De manera más práctica, en estos días las señoritas Centeno transportan sus mesas en un triciclo de carga.

Me habría gustado mostrarle el proceso detallado de la elaboración de este pan, y mostrarle a las hábiles fabricantes de estas delicias, pero acato la solicitud de las mismas y expongo lo hasta ahora dicho.  Lo importante, a fin de cuentas es que la fruta siga saliendo del horno por muchos años y su delicado sabor no sea un remanso en nuestra memoria sino un gusto que podamos tener en el paladar todos los días.  Bueno, los sábados en la tarde y los domingos en la mañana.


-El maguey ya casi no se siembra, los que lo sembraban andan en el norte -me platica con un dejo de nostalgia.
El gabazo que queda, luego de extraerle el jugo, no se ingiere; se escupe (debe tener un altísimo contenido de fibra, pero más vale no experimentar). Varias personas se acercan a comprar una rebanada, a los curiosos que parecen no entender para que sirve su mercancía, les regala un pedacito, a sus conocidos también les obsequia con un trozo, estos últimos lo deleitan con gusto, entrecierran los ojos, parece que la mirada se les volviera hacia el interior tratando de descubrir el momento en el que el sumo abandona la fibra y halaga al paladar.
Al preguntarle cuantos años tenía en esta actividad me mostró con orgullo una herramienta que alguna vez tuvo dientes de serrucho, tenía en el mango una moneda clavada, casi irreconocible.
-Habría que haberle preguntado a mi abuelo qué moneda es -me dijo- él estrenó este serrucho, luego se lo dejó a mi padre y mi padre me lo heredó a mí.  Esta herramienta debe tener cerca de cientocincuenta años, pero ya se le acabaron los dientes, el juguito va deshaciendo el fierro poco a poco -concluye.
Mientras contemplo la herramienta me imagino a su abuelo cortando rodajas de quiote en esta misma plaza mientras circulaban de boca en boca las noticias de la guerra de reforma, del asesinato de Ignacio Comonfort, del cuestionable cambio de nombre al pueblo, de la revolución y la cristiada, de don Melchor Ortega, de la inundación que se llevó el puente… 
Qué pena que ya casi nadie siembre magueyes, puede llegar el día en que, a pesar de sus óptimas condiciones, el serrucho sesquicentenario de don Antonio López no encuentre quiotes que seccionar.



La palabra quiote es de origen náhuatl viene de quiotl y significa tallo o brote. Los magueyes florean mediante un tallo que nace en su centro y que en algunas especies mide varios metros de altura. Ese tallo se corta en rodajas y se consume, al masticarlo se extrae un jugo dulce con un sabor muy particular. Como dato curioso, si observamos los frescos de Bonampack, en uno de ellos aparecen tres personajes haciendo sonar unas largas trompetas que los investigadores aventuran a decir que fueron hechas de quiote. Pero ya nos fuimos muy lejos en el tiempo y el espacio, regresemos a la Jacaranda de la plaza principal. Don Antonio López (el hombre del puesto) me platicó que el quiote sólo es jugoso en la temporada de cuaresma, después "nomás sirve para la lumbre". Un tallo como los que él secciona tarda unos diez años en crecer, o mejor dicho, sólo después de unos diez años de que el maguey fue sembrado, puede conseguirse un tallo semejante. De aquí se concluye que solamente un experto como don Antonio sabe en que momento se debe cortar un tallo para que sea aprovechable, y no se echen a perder diez años de maduración.




















   Estas guitarras se construyeron en San Antonio Texas a finales del siglo XIX o principios del XX. Lo curioso es que varias de las guitarras usadas en Comonfort durante la primera mitad del siglo XX (fueran séptimas o sextas) fueron fabricadas en Estados Unidos (las marcas pueden ser Guadalupe Acosta o C.F. Martin & Co). Y qué curioso porque en aquel tiempo Paracho fabricaba solamente séptimas (o bien los instrumentos propios de Tierra Caliente).
    Pues bien amig@ lector, si en su casa hay una guitarra parecida a las de las fotos comience a verla con otros ojos, restáurela, afínela y si le habla bonito puede que le cuente uno que otro detalle de aquel Comonfort que vio pasar a Villistas, Maderistas, Pelones, Cristeros y otros tantos especímenes de la Revolución o a lo mejor le cuenta de las tertulias en Los Baños o de la inauguración del puente sobre el Río Laja o de los Paseos a las huertas de Comonfort o a lo mejor era la guitarra que tocaba un ser entrañable.

   La guitarra séptima o guitarra mexicana, tiene, como su nombre lo indica, siete cursos u órdenes. Los cursos pueden ser todos dobles o bien (de abajo hacia arriba) primero y segundo sencillo y los otros dobles, o bien primero, segundo y tercero sencillos y los otros dobles.
    Todas las cuerdas que usa la guitarra séptima son metálicas y se afina igual que la guitarra tradicional. El séptimo curso se hace con una cuerda sexta y una segunda de guitarra y la nota es un si.
    La guitarra séptima ocupó el lugar que actualmente ocupa la guitarra de seis cuerdas. Era el instrumento preferido de corridistas y cancioneros. Y para certificar esto que le estoy diciendo permítame contarle la siguiente anécdota.
    Hace uno dos años anduve buscando un bajo sexto de principios del siglo XX  para sacar la plantilla y hacer una réplica del instrumento. Recordé (del verbo hace unos 30 años) que en la casa de don Pepe Pérez y la Sra. Margarita (Hidalgo 28) había visto un bajo sexto. Así que le pedí a mi hermano hablar con el Sr. Benjamín para que le permitiera fotografiar aquel bajo sexto.
    El Sr. Benjamín accedió amablemente a la petición, pero cuando mi hermano me hizo llegar las fotos pude ver que el instrumento era una guitarra séptima. Igual a la que tenía Papá.



















Este bello escenario, que cada año se aproxima un poco a su terminación, tendría sólo la mitad de su mérito si no sirviera, desde hace muchos años, para que, en los días cercanos al tres de mayo (día dedicado a la Santa Cruz) se efectúen una serie de presentaciones de todas las disciplinas artísticas y en diferentes grados de calidad o profesionalismo: grupos de danza folclórica, de música romántica, ensambles sinfónicos, grupos de música tradicional, sopranos, pianistas, cameratas, teatro, mimos, títeres y todo lo que permitan las circunstancias, los recursos de los organizadores y la solidaridad de los artistas participantes. Estas actividades se agrupan formalmente, desde hace nueve años, bajo el nombre de Semana Cultural de la Rinconada, aunque cada mes de mayo ha habido eventos desde hace casi quince años y mucho más atrás se realizaba una pastorela muy particular a la que la gente del barrio  llama acertadamente "Coloquio".  El comité organizador de estas semanas culturales, argumenta con gran acierto que el motivo primigenio de estos eventos es el de involucrar a la gente del barrio, principalmente a los jóvenes,  en una dinámica que los haga sentirse parte de lo importante y lo bello que sucede en sus calles y sus espacios colectivos. Esto tiene una importancia y una trascendencia que de antemano reconozco  no tengo autoridad para juzgar en su totalidad, pero es fácil imaginar el beneficio que trae en un sitio donde la marginación llega a ser notoria, donde los jóvenes son más fácilmente atraídos a los vicios o a los ilícitos, ser encausados desde pequeños encausados al trabajo comunitario y reconocidos en su esfuerzo. Y cuando uno acude a la rinconada durante su semana cultural es un gusto ver a los jóvenes preocupados por el buen funcionamiento del sonido, a las muchachas ofreciendo un lugar a los visitantes, a los niños yendo y viniendo con algún encargo del artista participante o llevando un recado entre los organizadores.  En los últimos años pasan al escenario todos los colaboradores: señoras, chamacos, señoritas, niños de todas las edades, algunos que tal vez no han cumplido los siete años, pero que entregan su energía a la realización de los eventos. Insisto, yo no tengo la capacidad para valorar el beneficio social que esta actividad genera, pero creo que resulta más que evidente.  Cada vez más se puede decir que los organizadores echan el alma por la ventana motivados porque su foro comunitario es cada vez más bello. Ya tiene techo.  Por ubicarnos en la dimensión de los eventos, en el 2011 actuaron en la Rinconada: Los Leones de la Sierra de Xichú, El grupo Venado Azul, la Camerata Capriccio Latino, el Grupo de Teatro Batracio de La Universidad de Guanajuato, Los Hermanos Aguascalientes, El Ballet Folclórico del ITC y el grupo Los Juglares de la Ciudad de Guanajuato.  Me atrevo a decir (y me atrevo porque desde hace muchos años asisto a los eventos culturales que se desarrollan en Comonfort) que, aunque nuestro pueblo ha visto eventos de altísima calidad,  difícilmente ha habido una Semana cultural de este nivel en la historia de todo muestro  municipio. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Por qué la paradoja de tan alto nivel en un pequeño barrio, que además está ubicado en la periferia de la cabecera municipal y no de fácil acceso? Esto tampoco estoy en condiciones de dilucidarlo, debe ser cosa de magia, de la magia que ejercen los organizadores adultos sobre los jóvenes, de la magia del mezquite que da sombra en el atrio y enraizó en medio de la roca sólida del cerro, de la magia que generó la anécdota de su propio nombre como barrio. No lo sé, ojalá que esto no siga siendo un fenómeno aislado y que  en otros rincones de nuestro municipio, otras personas se organicen para lograr algo semejante, lo de menos es llegar a estos niveles de excelencia, lo importante es intentarlo y beneficiar a los niños y a los jóvenes con un ejemplo de responsabilidad y participación social que redundarán en beneficio de sí mismos y, de manera indirecta, de todos nosotros.   Por alguna razón que no comprendo, cada que voy a la Semana Cultural de La Rinconada me piden que diga unas palabras, por más que trato de mimetizarme entre la gente y de pasar inadvertido, cualquiera de los muchos voluntarios me lleva con los organizadores y estos me conminan amablemente a decir algo, yo trato de negarme con la misma amabilidad, por la simple razón de que al hablar en el foro me siento oportunista y protagónico; sin embargo puede más su poder persuasivo y acabo improvisando algo. No improvisando décimas perfectas  como los huapangueros; no, hilando algunas frases que pretenden ser coherentes.  La última vez que hablé, en la clausura, además de felicitar a todos los participantes por el tremendo éxito de su novena Semana Cultural y desear que la magia que los mueve siga acompañándolos por siempre, dije algo que ahora transcribo: ver a los niños muy pequeños portando su camiseta que los distingue como miembros del comité organizador, activos y responsables me parece que es ver semillas del mezquite del atrio de la Rinconada lanzadas al viento, y que esas semillas, con toda seguridad habrán de caer en tierra fértil para dar sombra generosa, verdes brillantes y flores hermosas. Si para esto hiciera falta alguna magia, es público y notorio que ya cuentan con ella.

Llama mi atención lo práctico de los letreros: como podrán observar, se giran y se colocan al revés cuando aún no surten la nieve o cuando se ha terminado; de esa manera, cuando llegamos a comprar sabemos los sabores disponibles en vez de estar pregunte y pregunte.   En aquel momento, sin embargo, faltó la nieve de nuez y de arroz con leche. Además, cuando es  temporada fabrican otras nieves, de mango, por ejemplo.  A pesar de ser noviembre, o quizá por detenernos a fotografiarlas, apenas alcanzaron a llegar a nuestro refrigerador.  En las siguientes horas pude corroborar con calma que los catorce sabores de las nieves de doña Mago que probé  son absolutamente deliciosos. Tienen que serlo, llevan una magia que se ha transmitido ya por cuatro generaciones y si usted creció en este pueblo, sabrá que cuando uno se sienta en la plaza, a la sombra de los laureles y saborea una de estas nieves  el tiempo discurre en el paladar con asombrosa lentitud.

En el segundo espacio de la fábrica estas substancias se colocan en un bote de lámina galvanizada, el bote es sumergido en una cuba de madera. Todo el espacio entre la pared del bote y la pared de la cuba se llena de hielo y sal. Las relaciones entre el hielo y la sal son dignas de muchos análisis y explicaciones científicas que deben ser consultados en otros espacios, ya que yo sólo atino a decir que  la sal hace descender la temperatura del hielo o del entorno de ambos. Sabemos que  al colocar un líquido en un medio muy frío éste se convierte en hielo y no se trata de hacer paletas sino nieve; para hacer la nieve unos robustos (y más que robustos hábiles) trabajadores de doña Mago hacen girar el bote durante media hora o una hora, dependiendo del tamaño de éste. Pasado ese lapso no es necesario estar haciendo girar el bote, aunque sí debe conservarse en la cuba de hielo para que no se derrita.

















































El ingenio y la creatividad de doña Mago le han permitido desarrollar nieve de muchos sabores, los cuales tienen dos grandes virtudes: saben a lo que deben saber y son deliciosos. Yo sé que en otros municipios uno puede probar nieve de sabores muy exóticos, (de unicel, de plastilina, de resistol y no sé qué tantas cosas). Probar nieves por curiosidad, más que por deleite, ya queda al gusto y el interés de cada quien.    Del mismo modo, en el municipio hay otras personas que elaboran nieve con la misma técnica y también con buenos resultados, incluso muchos de ellos son parientes, cercanos o lejanos, de doña Mago.
Como es obligación de este cronista ser veraz en cada una de sus afirmaciones,  un mediodía   de noviembre pedí una nieve de cada uno de los  sabores que tuvieran en ese momento. Debo confesar que también me guiaba un interés plástico-fotográfico.  Como si hubieran adivinado mis intenciones me entregaron las nieves en la tapa de un bote. No se me ocurre un modo más apropiado de fotografiarlas.



























 
Guacamole estilo Chamacuero

Queridas amigas, hoy prepararemos el guacamole estilo Chamacuero…, perdón,  vuelvo a empezar:

Amables lectores, hace unos días, la doctora Ana Lilia Olalde, además de dar una interesante charla sobre José Iganacio Basurto, nos leyó la receta de un Guacamaole estilo Chamacuero, el cual lleva ingredientes que parecieran inusitados para un guacamole, pero que la señora Julita Pérez, ahí presente, confirmó uno por uno y mencionó haberlo preparado en muchas ocasiones.
Como es de suponerse, me pareció interesante compartirlo con los amables lectores de esta página, entre otras cosas porque los ingredientes que lleva son propios de esta tierra que fue pródiga en aguacates, granadas y duraznos.  Incluso en uno de los retablos barrocos del templo de San Francisco figuran, claramente reconocibles: granadas, limas, duraznos, aguacates y otras frutas.
Agradeciendo nuevamente a la doctora Ana Lilia Olalde, les digo que para preparar esta ancestral receta requerirán:

Antes de explicarles el intrincado y laborioso proceso de elaboración les acoto lo siguiente sobre los ingredientes.

Los chiles pueden ser menos o más según lo picoso que se quiera el guacamole. Se recomienda pensar en los demás comensales.

Los dos aguacates pueden ser más, dependiendo del tamaño. Vale la pena empezar con dos y agregarle más aguacate si ameritara. Sin embargo deberán ser de la huerta de don Jorge El Achkar.

Me cuentan que hace unos treinta años, eran comunes ciertas parras de uva roja en las casas de nuestro pueblo, tal vez quede alguna por ahí, sin embargo podemos utilizar cualquier especie, eso sí, hay que quitarle las semillas.

La cebolla, chile y sal se machacan en un molcajete, hasta formar una pasta, el molcajete debe estar hecho de andesita de origen ígneo volcánico con altos contenidos de plagioclasa y varios minerales ferromagnésicos como piroxeno, biotita y hornblenda. Bueno no se preocupe demasiado, todos los molcajetes están hechos de este material, pero eso sí, debe ser un molcajete 100% chamacuerense sabiamente esculpido en el barrio de Los Remedios o de La Rinconada.

A la pasta formada en el molcajete se le agrega el aguacate, se mezcla y se agregan los demás ingredientes, una vez bien homologada la mezcla se prueba para ver si el falta sal o limón. 

Dos chiles serranos finamente picados,
Dos aguacates machacados,

1 durazno sin cáscara cortado en cuadritos,
El jugo de un limón,

½ taza de uvas cortadas a la mitad,
1/3 de taza de semillas de granada,

Sal al gusto.

Media cebolla pequeña picada,
En caso de que le faltara sal una excelente opción es agregarle más. (Malo que le sobrara, entonces sí qué hacemos).

Al realizar la molienda y la mezcla de los ingredientes se simplifica mucha la tarea si tenemos un ayudante al lado que nos esté recitando versos de don Margarito Ledesma. Esto, con toda certeza le da al guacamole un sabor todavía más chamacuerense.

El guacamole debe servirse en el propio molcajete para que luzcan el piroxeno y la biotita.  También porque es lo más práctico.

Debe acompañarse con un chicharrón de don Armando, o con unas tortillas estampadas de Orduña de abajo.  Mucho mejor si se consume mientras se realiza un paseo dominical en una huerta de duraznos, o en las riberas cristalinas del río Laja. 


Anímese a preparar su Guacamole Estilo Chamacuero, mis fotos atestiguan que yo ya lo preparé y yo atestiguo que es delicioso. Si usted no lo ha disfrutado nunca será un modo de afianzarse en las raíces de su pueblo. Si usted ya lo conocía, al volver a probarlo nada puede impedir que, en su memoria, el tiempo retroceda varias décadas atrás.

 
En todos los lugares donde se profesa la fe cristiana se tiene la hermosa costumbre de colocar una serie de figurillas que conmemoran el nacimiento del niño Jesús. Esta tradición se remonta al siglo XIII y se considera que fue San Francisco de Asís el que tuvo la bella idea que después seguimos miles de personas.  En nuestro municipio y en general en nuestra región la tradición sigue siendo muy observada, es muy raro que no haya un nacimiento en alguna casa. Las figuras suelen ser de barro polícromo, aunque algunos animales ya se fabrican en plástico o resina. Permítame comentarle que los diestros orfebres de nuestro municipio fabrican un misterio en aluminio o bronce  de enorme belleza  y a un precio más que accesible. En la imagen siguiente aparecen sin pulir, pero una vez pulidas el brillo es como de metal cromado.











Otro elemento característico en nuestra región es el heno que aporta un toque natural a las escenas, así como pequeñas plantas xerófitas, en ocasiones coronadas de florecillas artificiales.  Nadie debe caer en la tentación (y se lo digo como arquitecto y aficionado a los modelos a escala) de juzgar o preocuparse por la relación de tamaños entre los elementos del nacimiento; no es una maqueta, es un ejercicio de creatividad  con un profundo significado religioso y afectivo que se enraiza en los sustratos más añejos de nuestras tradiciones.  No me negará, amable lector que cuando fuimos niños ayudar a nuestros padres a colocar el nacimiento nos ilusionaba porque, aunque no es su función, la gran cantidad y variedad de figuras no dejaban de tener un carácter lúdico, aunque, por supuesto, nunca hayamos jugado con ellas.
Le platico la historia de mi nacimiento (no, no por supuesto, no de cuando yo nací) del nacimiento que se utiliza en mi familia y lo hago con la certeza de que su historia es muy similar a la de la mayoría de los nacimientos. Para la primera navidad que mis padres pasaron juntos en el año 1962 mi abuelo materno (que además de un actor profesional era un diestro artífice de la escenografía y la utilería teatral) fabricó, utilizando unas tablillas, cartón y pintura, un portal singular y hermoso; lo envió a Comonfort desde la entonces muy lejana Ciudad de México (se hacían siete horas en camión) y mi madre lo complementó con un misterio de Barro polícromo y algunos animalitos del mismo material. Al año siguiente se volvió a colocar el nacimiento con los mismos elementos, agregando, tal vez, alguna figura. Para cuando yo estaba presente y participaba en "poner el nacimiento", éste se colocaba en unos tablones que en conjunto medirían dos por tres metros, siendo  el portal la pieza relevante del conjunto; era desempacado con extremo cuidado y desbordante cariño, acrecentado por la reciente defunción de mi abuelo. Así ha sido desde entonces, el portal se empaca y desempaca cada Navidad desde hace más de medio siglo. Luego entonces ese nacimiento está ligado a los momentos más bellos de nuestras vidas, disponerlo es como reencontrarse con un ser entrañable al que se le ve unas semanas cada año. Creo no haber  exagerado, amable lector, al decir que esta historia es similar a la de todos los demás nacimientos.
De hecho todo este artículo se generó porque la señora Lupita Uribe Vallejo me invitó a conocer su nacimiento, me contó que cada año, desde hace veintiséis  le añade al menos una figura, con lo que el conjunto adquirió las dimensiones que le muestro en las fotos, nos contó también, que le dilata cuatro tardes, ayudada por su esposo y algunos de sus nietos, en colocar todo: soportes, luces, fuentes, portal y el Misterio. La mayoría de las fotos siguientes son de este conjunto, pero la primera es el de la familia Leal Soto y la segunda el de un servidor.












Además de mi admiración por el esmerado trabajo de su nacimiento y el gran resultado del mismo, agradezco a la Sra. Lupita Uribe por invitarnos a conocerlo y compartirlo en este espacio.
Me hubiera gustado que esta sección tuviera muchas más fotos con los nacimientos de nuestro municipio, le conmino, amable lector, a permitirme fotografiar el suyo el próximo año no importa si es grande, antiguo, pequeño o nuevo, todos tienen una importancia para cada propietario y, por esa misma razón, para todos nosotros.












VOLOVÁN (por fin)


 
Cuando en abril pasado acudí al Barrio de la Rinconada, con motivo de su semana cultural, el señor Andrés Sepúlveda García se acercó a mí para platicarme dos inquietudes que consideró podían interesarme. La primera es que el 12 de mayo de 2014 el colegio "Héroes de Chapultepec" cumple 75 años de fundado y, siendo él uno de los alumnos de la primera generación, su inquietud es que la fachada de la casa donde originalmente se ubicó esta escuela sea remodelada, de manera similar a la imagen que él conserva claramente en su memoria.
Al margen de que el aniversario en sí -por sí mismo interesante si consideramos la cantidad de chamacuerenses que han estudiado en este colegio- la inquietud del señor Andrés llamó mi atención por lo claro que tenía sus recuerdos de aquellos años.  Al día siguiente fui por él para que me mostrara la casa.  A pesar de que camina apoyado en un bastón puedo entrar y salir de mi pequeño vehículo sin dificultad.
La casa está ubicada en la calle Luis Cortazar esquina con Manuel Doblado, el lado sur poniente. Me platicó don Andrés:

-Yo empecé a venir aquí desde Camacho, unos tres meses, me traía mi mamá, entrábamos a las 9 y salíamos a las 12, luego de las 3  y a las 5. Era el año 1939 .Después nos cambiamos ahí por la Rinconada y ya me venía solo. Luego esta escuelita anduvo rodando, hasta que llegó a los Claustros y luego llegó a donde está ahora.  Aquí no había salones eran unos cuartitos, pero los hombres estábamos aparte y aparte las mujeres. Pero nomás de seis años y siete; a los ocho ya nos desechaban porque ya estábamos grandes. Porque esta escuela así empezó ya después cuando la registraron, ya fue primaria completa. Cuando yo estaba me daban clase unas religiosas.  De mis compañeros de generación quedan Refugio y Jesús, aunque no hacen aprecio por esto.  Cuando yo estaba éramos unos cincuenta y cincuenta más o menos, pero la misma maestra atendía a los que sabían mucho como a los que no sabían, yo me encariñé mucho con esa escuela, no era yo el mejor pero me gustaba mucho estar ahí, cuando ya no me recibieron me ponía a llore y llore mi mamá me consolaba pero yo no me consolaba con nada, después de llorar me enfermé y cuando llegó la Taboada, miraba a los alumnos desde afuera y me daba también harta tristeza.

También me explicó las características de la fachada:

-En medio tenía una raya, que en la esquina hacia una voluta. Después todo el aplanado "chinito", como el que ahorita tiene abajo, pero llegaba hasta arriba. Más arriba tenía otra raya . La puerta actual en la esquina de Manuel doblado era una ventana y tenía rejas hasta cierta altura, las puerta eran de madera  La fachada de la escuela estaba de ambos lados, pero la entrada era por Manuel doblado. Pintada de azulito claro y las rayas eran blancas. El nicho sí estaba pero no recuerdo que contenía. La fachada roja actual se me hace muy larga, recuerdo que en esa puerta había estiércol hacia el interior. Esta casa decían que era de don Cruz Parga, quién sabe si la rentaría o la prestaría para la escuela.

De regreso pasamos por el edificio actual del colegio. Ahí me informó lo siguiente sobre dicha finca:

-Según ese terreno era de don Pablo Sánchez, pero era un establo lleno de yerbas, aunque la mitad es este escuela y la otra mitad el kínder. Del  otro lado de la escuela, estaba la herrería de don Chencho Sánchez, ahí estaba calentando y apachurrando fierros. La escuela estuvo ahí por el 60.

Insistió en tocar a la puerta del colegio, aunque fuera domingo. Una religiosa nos atendió con amabilidad. Yo hice la sugerencia de que invitaran a don Andrés a la celebración de su septuagésimo quinto aniversario, dado el orgullo que tenía de ser alumno de la primera generación. Nos proporcionó un documento con la información del colegio que al final transcribo  y nos mostró una fotografía de una generación posterior a la original, entre los niños que ahí figuran está el padre Felipe Hernández Franco (a quien pudimos entrevistar en este mismo espacio electrónico) pero no sabemos cuál de ellos es, ni la identidad de los demás alumnos, ojalá algún amable lector pudiera ayudarnos con ello.



Aunque entiendo el interés del señor Andrés Sepúlveda por rehacer la fachada dela finca en que se ubicó originalmente este colegio, no creo factible que esto se lleve a cabo, en parte porque rompe con la imagen urbana que se está manejando en el centro de la ciudad en estos días, en parte porque no imagino a nadie dispuesto a financiar este trabajo. Lo único que se puede hacer (magro consuelo) es una imagen como la que sigue que, tal vez, también ayude a rememorar un poco el aspecto de nuestra población en los años treinta de siglo XX.

De regreso a la Rinconada dimos un enorme y dilatado periplo, porque -como dije al principio- don Andrés tenía dos inquietudes y la segunda resultó tan interesante como la primera, pero de ella hablaremos posteriormente.

Esta es la información que el personal del Colegio Héroes de Chapultepec, amablemente nos proporcionó:


Fundación.- Fue fundada esta casa por gestiones del sr. Cura d. Vicente Meza, secundado por algunas personas de la localidad entre ellos la Sra. Josefina Buenrostro y la Sra. María Nieto de Macías.
La casa fue fundada el día 12 de mayo de 1939, por las R.R.MM. Margarita salgado, Rebeca Arroyo, Felipa Mondragón y Salvadora Fajardo.

Vida del colegio.- El colegio en un principio estaba dividido en dos: el de los hombres se llamaba "HEROES DE CHAPULTEPEC" y el de niñas "IGNACIO COMONFORT". La R.M  Lourdes Paniagua juntó ambas escuelas, por lo que ahora lleva el primero de los nombres.

Al inicio de su fundación el Colegio estuvo laborando en los claustros de la parroquia de esta comunidad. A iniciativa del Pbro. Sr. Cura Francisco Nambo y con la donación del terreno del entonces presidente municipal Adalberto Téllez Márquez se construyó el local que actualmente ocupa la Institución.
Los directivos y Docentes que desde sus orígenes hasta la actualidad han presentado su servicio en este plantel educativo han sido religiosos y laicos siempre han hecho su mayor esfuerzo para dar una educación integral a los niños comonforenses.

El colegio fue incorporado en el año 1954, habiendo expedido hasta la fecha 840 certificados de instrucción primaria.
Entre sus exalumnos se cuentan: sacerdotes, religiosas, maestros, abogados, médicos, ingenieros, arquitectos, etc.
En los años de 1958 y 1959, la R.M. Elvia Contreras estuvo encargada del Colegio "INGNACIO COMONFORT", con una inscripción de 105 niñas.
En los años de 1960 y 1961 la R.M. Elisa Ríos se encargó de la escuela con una inscripción de 110 alumnos. La R.M. Lourdes Paniagua desempeño por poco tiempo su cometido, pues fue substituida por la R.M. Gemma Chávez. En 1963 fue nombrada la R.M. Ángela Luna. Los dos años siguientes la casa estuvo a cargo de la R.M. Ramona Diaz. En 1966 se encargaron de la casa las R.R.MM. Margarita García y Adelina Méndez. En 1967 estuvo al frente del colegio la R.M. Isaura Rincón y posteriormente la R.M. Florentina Anguiano C.
Actualmente se atienden 233 alumnos de educación primaria y 35 en el Jardín de Niños.

 
El teatro, el arte escénico, es una actividad tan antigua como la humanidad misma; por supuesto el antecedente natural del teatro occidental es el teatro griego. De manera similar en los pueblos prehispánicos se sabe, hasta donde se puede saber, que se cultivaba una forma de teatro marcadamente ceremonial en donde los sacerdotes,  los alumnos de las centros de educación prehispánicos y el pueblo en general participaba valiéndose de disfraces, estableciendo diálogos con los dioses, entonando himnos y desarrollando determinadas clases de acción que daban forma plástica al simbolismo de la religión náhuatl.(1)  Era, por supuesto un ritual, pero también una representación escénica.

Esto es importante porque a la llegada de los conquistadores españoles toda la cultura prehispánica desapareció o fue adaptada y utilizada para fines evangelizadores.  Los misioneros, que no eran tontos ni eran malos, observaron aquellas representaciones teatrales en honor de los antiguos dioses y decidieron adaptarlas lo suficiente para que ahora fueran congruentes con la nueva religión.  Se tiene registros de representaciones solemnes en los atrios de los templos donde participaban cientos o miles de indígenas que entonaban cantos o parlamentos en náhuatl.(2)

Esto fue muy común en el siglo XVI; para el siglo XVII  se utilizan los Coloquios, ya no con la intención de cambiar las creencias de los naturales sino de reafirmarlas y ejercerlas. Los coloquios de diferentes tipos (pastorelas, adoración de los reyes, moros y cristianos) eran ya en español y en versos octosílabos. (3) Estas representaciones escénicas fueron y siguen siendo ampliamente utilizadas en todo el país y, en la mayoría de los casos, son motivadas por alguna festividad local. ¿Cómo evolucionaron estos coloquios hasta los actuales o cómo pudieron llegar hasta el siglo XXI? Lamentablemente, como en casi todo lo que tiene que ver con las actividades culturales de los pueblos, hay muy pocos documentos y las investigaciones realizadas son muy recientes.  Antes de que alguien se pregunte si esto es un coloquio o una pastorela, permítame decirle que antes a las pastorelas se les llamaba más acertadamente "Coloquios de Pastores". Se sabe que la forma de instaurar una pastorela (sobre todo en tiempos anteriores, cuando estas eran más representadas) consistía en que los encargados visitaban a un "Maestro de pastorelas" y le comunicaban lo que querían decir en su coloquio, el maestro tomaba un texto antiguo e insertaba lo que los interesados le habían indicado y así estos consideraban que su pastorela era adecuada a sus necesidades y motivaciones.  Esto por supuesto hizo que del siglo XVI al XXI los textos cambiaran y perdieran un poco de la congruencia en su argumento central, mucho más de lo que habrían cambiado en atención al paso de los siglos.(4)   Cabe destacar que los participantes no solían decir que actuaban una pastorela, sino que bailaban una pastorela y, aunque no le negaban la importancia a los diálogos, eran los bailes y cantos los que constituían la adoración a la figura religiosa en honor a la cual se realizaba el coloquio o la pastorela.(5)   Esto nos habla, y mucho, del uso ritual profundo que estos coloquios conservan, en consonancia con el teatro prehispánico y con el teatro evangelizador del siglo XVI.  Al mismo tiempo nos marca una diferencia profunda, en formato y en intención con las pastorelas contemporáneas, ceñidas a una estructura de teatro moderno y con intenciones más bien lúdicas. Dichas pastorelas contemporáneas no son mejores ni peores, son otra cosa.
Aunque hay coloquios con diferentes temas, los Coloquios de Pastores tienen como hilo conductor las andanzas de pastores que acuden a adorar al niño Dios y son contrariados o tentados por el diablo y sus diablillos. El trasfondo de este argumento es la lucha entre el bien y el mal.



El coloquio del Barrio de La Rinconada tiene su antecedente en los coloquios que, desde mucho más tiempo atrás, se desarrollaban en la región: tenemos noticias de coloquios presentados en Landín, en El Calvario o en Orduña y precisamente el coloquio de Orduña y el director del mismo, el sr. Ciro Escobedo, probó a presentarlo en la fiesta de los Remedios, el 25 de noviembre de 1957, al siguiente año se presentó en La Rinconada, en el mismo lugar que ahora ocupa el foro comunitario, en mayo de 1958 y durante los siguientes 25 años, hasta 1983 en que diferentes circunstancias pusieron fin a tan singular y valiosa actividad.
Esto coloquio de pastores se ha transmitido y preservado, como normalmente se hace, mediante un  Cuaderno de Pastrorela, del cual se conserva una copia incompleta aquí en la rinconada, el original está con los familiares del señor Escobedo. Esta copia fue transcrita, en una sola noche por el señor Jesús Hernández.   En su formato original se daba inicio a la representación a las ocho de la noche y se terminaba alrededor de las cinco de la mañana. Como debe ser tiene una gran cantidad de cantos, bailes y lo que se denominan Caminatas. En estos tiempos un evento de tanta duración pudiera no ser apropiado para que el público lo atendiera de principio a fin, por lo que esta nueva versión del coloquio tiene una duración más breve.
Lleva el título de "El Tesoro Escondido" y está integrado por veinticinco personajes:

Cuatro pastoras: Gila, Florinda, Pascuala, Susana

Ocho pastores: Bartolo, Chamorro, El indio, el Loco, Próspero, Danteo, Doristeo, Bato

Siete diablos: Luzbel, el pecado, Avaricia, Lujuria, Ira, Envidia, Pereza

Un Ermitaño y

El cuadro de La virgen María, San José, San Gabriel y San Miguel.

Aunque hace unos años hubo un intento de retomar el coloquio de 1958, en está ocasión se ha recurrido mucho más a la fórmula original de la participación comunitaria para la puesta en escena.
Los organizadores reconocen como insustituible y fundamental la participación de los señores  Aniceto Correa y J. Reyes Ramírez López, ellos participaron en el coloquio original, el señor Correa desde sus inicios y el señor Reyes desde 1977.  Ahora, además de desarrollar su papel, aconsejan, orientan y encausan esta nueva versión y, quizá sin percatarse, transmiten la esencia de la representación anterior a los nuevos actores y técnicos. La señora Amparo Gámez, aunque no actúa,  comparte su experiencia y alecciona a los nuevos actores.
Ya hemos dicho en otras ocasiones que todo lo que en este foro se hace tiene un enorme valor cultural y social.  Esta vez se trata de traer la esencia de lo que los ahora viejos de la rinconada o los que ya no están hicieron por su barrio durante veinticinco años.  Y, como ya mencionamos, esta representación tiene hilos invisibles anclados en el siglo XVI y en el teatro prehispánico y, a pesar de los siglos transcurridos desde entonces, esta compleja y valiosa manifestación cultural sobrevive, se retoma y se rehace, como una necesidad colectiva. Este coloquio no es el mismo que fue escrito en el siglo XVII ni el que se comenzó a transcribir en la región durante muchos años, ni siquiera, y bien lo sabemos, es el mismo de 1958. Pero es sin lugar a dudas El Coloquio de Pastores del Barrio de la Rinconada del 2014.  Y eso es lo maravilloso de todo esto, que pueden los participantes desarrollar un ritual ancestral sin sacarlo de su contexto, sin hacerlo acartonado folkclor de quince minutos. Sin apartarlo de su prístina esencia. Sin que nadie pueda regatearles el derecho de hacer un coloquio de pastores en su barrio como se hacía hace cincuenta y siete años o como se ha hecho en el país desde hace varios siglos, menos aún cuando se hace con el entusiasmo que hoy se ha presenta y con la clara convicción de que al hacerlo  se contribuye a hacer de este un lugar mejor.

(1) León-Portilla, Miguel, Teatro náhuatl prehispánico, Ed. Universidad Veracruzana, México,1959, pág.17.
(2) Sabido Miguel, en la presentación de Tomás de Hijar Ornelas, Las pastorelas en Jalisco, Gobierno del Estado de Jalisco, México, 2008, pág. 12.
(3) Ibídem.
(4) Sabido Miguel, Rescatando Pastorelas, Gobierno Municipal de Saltillo, México, 2012, pág.10
(5) Ibídem.


 
El ingeniero Juan José Carracedo Navarro, publicó en su blog  (harnizo.wordpress.com) el siguiente artículo donde, llevado por sus propias remembranzas, nos retrata a cuatro personajes que evidenciaron su talento musical en nuestro municipo durante muchos años.  Podría decirle muchas cosas que me fascinaron del artículo, amable lector, pero prefiero que usted mismo lo valore y disfrute. Agradezco al autor la generosidad de compartirnos su relato para este espacio electrónico.


Tres de Chamacuero y uno de Pueblo Nuevo

    Recuerdo que hace muchos pero muchos años, nos encontrábamos mi hermano y yo en una tradicional posada decembrina en la casa de la señora Govea. Estábamos en plena letanía cuando a lo lejos se oyó sonar una banda de viento, y como era lógico, la mayoría de los niños abandonamos el rezo y salimos corriendo para ver pasar la banda de viento.
    Cuando pasó la banda regresamos todos a la posada y continuamos nuestros rezos y nuestros cantos como si nada hubiera sucedido.  
    Al terminar la letanía, la señora Govea amenazó con no darnos aguinaldo, ni dejar que le pegáramos a la piñata. Cabe aclarar que cuando uno tiene 6 o 7 años la asistencia a las Posadas se basa en los dulces, el ponche, la piñata, los juegos y no precisamente en la letanía. Muchos, pero muchos años después, comprendí que aquella acción había sido una verdadera falta de respeto.
    Y seguiré siendo irrespetuoso porque lo que quiero contar nada tiene que ver con las posadas ni la letanía, sino con el gusto y la alegría que se despertaba en nosotros cuando a lo lejos se escuchaba una banda de viento, o como decíamos antes, cuando escuchábamos que venía la música.

Un poco de historia

    No recuerdo que Chamacuero tuviera una Banda Oficial, aunque dicen que durante algún tiempo en el Jardín Principal los jueves y domingos daba serenata una banda de viento.  A mí no me tocó presenciar esos eventos. Sin embargo en la Fiesta de los Remedios o en los días 15 y 16 de septiembre o en el aniversario de la fundación de Chamacuero, o en algunos otros eventos había una o varias bandas que alegraban la ocasión.
    Independientemente del tipo de evento yo podía identificar a tres músicos entre los muchos que conformaban las distintas agrupaciones musicales: a don Filogonio Martínez, a don Santos Olalde, a don Juan Ciprian y a don Rafael Elías.
    Las razones para ubicarlos no tenían que ver siempre con la música. Ser músico en Chamacuero era más una pasión que un sustento, así que todos ellos desarrollaban una actividad que les permitiera completar la semana.
A don Filo lo veía pasar siempre con su violín, don Santos solía comprar en la tienda de Papá, don Juan entregaba la mercancía que llegaba por ferrocarril y de don Rafael eh, bueno, este, mmm, pues se decía que era un muy buen trompetista.
Don Filogonio Martínez Sánchez
    Don Filogonio era un señor muy alto, posiblemente 1.90 m. Su piel era muy blanca. Vestía generalmente de color oscuro y casi todos lo conocíamos por tocar el violín.













Recuerdo cuando en la secundaria de Chamacuero comenzamos a ensayar un Himno al Padre Hidalgo. Lo habían compuesto doña Raquel Elías y don Filogonio.
    El profesor Luis Guillén, maestro de música de la escuela secundaria, se encargó de ensayar el himno en cada salón, para que posteriormente toda la escuela lo cantara.
    Al ensayo general acudieron los autores. Don Filo daba el tono con su violín, que poseía un micrófono que el maestro Aurelio había construido especialmente para su instrumento.
    Don Filogonio pretendía que todos cantáramos de una manera entonada, lo que en realidad era imposible. Los autores se retiraron bastante desilusionados de aquel ensayo. De alguna manera me quedó la impresión que don Filo era de carácter fuerte.

    Pasó el tiempo y allá por el año de 1981 compré un violín,  mamá hizo los arreglos para que don Filo me diera algunas clases. Acordamos que iría a su casa a las cinco de la tarde. Llegué puntual a la cita y don Filo me preguntó por el violín. Cuando le mostré el fabuloso instrumento casi suelta el llanto. Lo tomó en sus manos y comenzó a afinarlo, pero se rompió el hilo que sujetaba el tira cuerdas.
    El inconveniente no lo desconcertó. Sacó su violín, armó el atril, de una pila de libros sacó un método, lo colocó en el atril y me dio las primeras indicaciones sobre como tomar el arco. Me ofreció su violín y me puso a tocar unas cuantas notas en las cuerdas al aire. Luego me explicó lo de las 7 posiciones y me puso a tocar un ejercicio mientras él arreglaba mi violín.

    Yo trataba de concentrarme en el ejercicio, pero me sorprendió mucho que rondando los setenta y tantos años sus manos conservaban una habilidad impresionante. Don Filo en unos cuantos minutos logró, no solo arreglar el tira cuerdas, sino que dejó el violín en condiciones de ser tocado.

    Don Filo me dejó unos ejercicios de tarea que estudié cabalmente. Poco a poco me fue guiando hasta alcanzar la cuarta posición.    
    Al tomarme la lección, don Filo solo indicaba la página. Yo comenzaba a tocar y al terminar el ejercicio me solía hacer comentarios como, la penúltima nota no era un la sino un sol sostenido. ¿Cómo le hacía para saber eso? Luego me enteré que poseía oído absoluto.







Poco a poco la confianza se fue dando y don Filo me contó muchas anécdotas sobre las bandas de viento, sobre las serenatas dominicales y sobre algunos músicos de Chamacuero.
    Me contó  que don Simón Elías formó a muchos de los músicos de Chamacuero. Que don Simón podía transformar una partitura de piano en una partitura orquestal. Cosa que por aquellos lares casi nadie hacía.

    El primer paso para estar en una banda era haber estudiado El Solfeo de los Solfeos. Y entre los músicos se hablaba de categorías en función de éste método. Decía por ejemplo, Rafael llegó hasta la lección 57. Don Filo no era presumido pero me contaron que él había estudiado todo el método.

    Mi admiración por don Filo crecía sábado a sábado, pero se fue al cielo el día que lo escuche tocar el clarinete. ¿Cómo hice para escucharlo? Todo surgió con la pregunta, ¿en el clarinete se pueden dar notas dobles? Me dijo que no, pero había una obertura que se tocaba tan rápido que las notas parecían dobles. Así que armó con todo cuidado su instrumento, buscó la obertura, mojó un poco la lengüeta y se puso a tocar.
    Qué maravilla, sus dedos se movían a una velocidad impresionante y la calidad del sonido era maravillosa.
    De ahí, el violín, mí violín, quedó en segundo lugar y comencé a tortura a mi querido maestro con muchas preguntas sobre el clarinete y el saxofón, que también tocaba.

    Las cañas de sus instrumentos  las hacía él. Me mostró la técnica, cómo se debía de colocar la caña, cuánto duraba, qué características debería de tener, etc.
    Me contó de sus viajes a los ranchos, de cómo, para llegar  al compromiso, debían de hacer el viaje en burro. De hecho don Filo aprendió a fabricar sus cañas cuando en un trayecto se perdió parte de su equipaje.

    Disfrutaba narrar la rivalidad entre los músicos de Neutla y los de Chamacuero. De lo mucho que le insistían para que les prestara la partitura de la obertura La Herradura, de muy difícil ejecución.






Varios de los registros no funcionaban, algunas teclas tampoco. Y bueno para que el instrumento suene tiene uno que pedalearle bastante, más cuando los conductos de aire tienen varias fugas (y no precisamente barrocas). Para colmo, las aletas que se encuentran debajo del teclado y que activan un mecanismo parque el armonio toque en octavas y quintas (si no mal recuerdo) se habían quedado trabadas, así que el armonio activaba teclas que no se  tocaban y se negaba a sacar sonido alguno de algunas teclas que sí eran pulsadas.

    Afortunadamente mi papel se reducía a tocar la Marcha Nupcial a la entrada y a la salida de los novios. El coro de doña Mago se encargaba de todo lo demás.
    Para mi suerte apareció don Santos con un contrabajo, le mostré los muchos inconvenientes que presentaba el armonio y con su seriedad característica me preguntó, ¿cuándo lo comenzaste a tocar no salieron ratas? Si no salieron, vamos de gane.

    Le pedí me acompañara con el contrabajo y mientras la pareja contraía nupcias y las chicas del coro cantaban, don Santos y yo entablamos una muy amena plática:
-    ¿Oye y tu tío Toño el hermano de tu papá sigue en la madera?
-    Creo que sí, aunque no de manera directa. Administra algo de la cooperativa.
-    Y… ¿sigue igual de canijo?
-    No don Santos, ya mejoró, además de canijo es más simpático que cuando lo conoció.

-    Ah. Mira, a este tololoche se le cayó el puntal y no sonaba nada. Luego lo arreglé y mira cómo quedó…
Y así siguió la plática durante toda la misa. Doña Mago nos echaba unos ojotes porque don Santos fue para apoyar al coro. Pero como era muy buen músico podía tocar y platicar a la vez.
Muchos años después fui a su casa a pedirle me explicara cómo hacer sonar el clarinete y el saxhorn.

Sacó el clarinete de su estuche, lo armó, me hizo varias observaciones sobre cómo debía de armarlo y trató de explicarme cómo hacerlo sonar.  Como no quedó convencido con la explicación me dijo, le voy a soplar al cabo no soy sifilítico…





Un día llegué a la casa de don Filo y noté que tenía un brazo enyesado.
-    ¿Qué le paso?
-    Le estaba ayudando a mi esposa a tender la ropa y al cargar la cubeta me tronó el brazo. Ya fui con el doctor Muñoz, y tú crees, me mando a sacar una radiografía y a que me hiciera unos análisis. Yo le dije que la rotura se debía a que hace muchos años, estaba cortando unos pantalones cuando mi esposa me pidió que le ayudara a tender la ropa, yo tenía las manos calientes y el agua estaba muy fría. Se me vino un reuma tremendo. Seguramente a eso se debió que se debilitara el hueso y ahora que estoy viejo se rompió.
Al cabo de unos sábados me dijo don Filo:

-    Ya me entregaron mis análisis, ¿tú sabes qué es un mieloma?
-    No don Filo…

Don Santos Olalde

    Don Santos era carpintero de profesión. Era también alto, caray pareciera que en Chamacuero todos los músicos eran altos, pero no.
    Al igual que don Filo, don Santos parecía ser un señor con mal carácter y quien sabe, pero al menos conmigo siempre fue muy amable.
    Lo recuerdo cuando iba a la tienda de papá a comprar material para su carpintería. También lo recuerdo en los primeros carros de la procesión del viernes santo. A veces junto a don Filo, a veces junto al maestro Guillén.

    Alguna vez me invitaron a una boda a tocar el órgano (el de la Iglesia) en el Santuario de Guadalupe. Realmente era un armonio parecido al de la siguiente figura





Don Juan Ciprian
Durante mucho tiempo la llegada del ferrocarril fue todo un evento en Chamacuero, como en otros muchos lugares del país y del mundo.
En el ferrocarril no solo llegaban o se iban personas. También llegaban y se iban noticias, cobros, pagos, mercancías, emociones, etc., etc.
Uno de los encargados de distribuir las mercancías que llegaban por ferrocarril era don Juan Ciprian.
   
Se ayudaba en su trabajo con una plataforma de madera enmarcada con gruesas y pesadas barras de metal. La plataforma descansaba sobre dos ejes montados sobre cuatro ruedas casi del tamaño de una rueda del tren. La plataforma debía de mediar unos 2.40 m de largo por 1.2 m de ancho y unos 90 cm de alto. En el eje delantero estaba montada una barra que permitía maniobrar aquella plataforma.

Don Juan llegaba a la tienda de papá a entregarle mercancía. Esto implicaba un esfuerzo considerable, pues además de lo pesado, de la plataforma y la carga, había que tirar de ellas a lo largo de calles empedradas.

Cuando llegaba a la tienda lo primero que hacía don Juan era sacar su paliacate y secarse el sudor.
Don Juan bajaba la carga, le entregaba a papá las facturas y se despedía amablemente. Y aunque había mucha cordialidad en el trato don Juan siempre lucía muy serio.

Don Juan solía tocar la guitarra en Fiesta de los Remedios y si no mal recuerdo también participaba en semana santa. Algunas veces con la guitarra otras con el contrabajo.
Más allá de saludarlo en la tienda, no tuve más trato con él.


Uno de Pueblo Nuevo, don Aurelio (Lelo) González.
    En la trastienda de Papá, permaneció por mucho tiempo colgada de un clavo una guitarra que me llamaba la atención porque tenía doce cuerdas. La guitarra lucía bastante maltratada y Papá nos contaba que esa guitarra se la había comprado a Lelo, un tío del Rojo. La guitarra había sido séptima pero Lelo la convirtió en una guitarra doble.




    Esa fue mi primera referencia de Lelo. Don Aurelio enseñó a mis tíos y tías a tocar la guitarra, el violín y la mandolina. Papá decía que en la hacienda la faena acababa a eso de las cinco, después de ello se ponían a hacer algo de música.

    La guitarra de tía Carmela también fue vendida a la familia por Lelo. Era una guitarra Martín de principios del siglo XX.  La guitarra tenía varios golpes y dos rajaduras muy grandes en las costillas, así como una clavija doblada. Lelo  reparó las rajaduras pegando una especie de gaza mojada en cola sobre la parte interna de las costillas. Para mejorar el sonido del instrumento introdujo en la caja unos cascabeles víbora. Y lo que sea de cada quien la guitarra sonaba estupendamente.


    Mi tía decía que Lelo era muy exigente como maestro. Les ponía muchos ejercicios para que sus manos adquirieran habilidad y además formaran oído.

    Don Filogonio me contó que él y Lelo eran muy amigos y que cuando el Dr. Muñoz tenía su consultorio junto a la panadería de don Pepe Ortega, se aparecían en el consultorio y comenzaban a tocar el vals Olímpica.  El Dr. se ponía contento y departía alegremente con aquellos excelentes músicos. Don Filo en el violín y Lelo en la guitarra.

    Pero Lelo no tenía trabajo, así que conseguía algo de dinero haciendo música en las cantinas. Mismo que perdía en poco tiempo ya que era alcohólico. También padecía cataratas, enfermedad que nunca se trató, y que según cuentan, lo afectó durante buena parte de su vida.

Esta breve descripción de algunos músicos de Chamacuero obedece a que hace poco, reacomodando algunos libros, me topé con el método de violín que me vendió don Filo y los recuerdos y las anécdotas contadas por aquel maravilloso clarinetista se agolparon en mi cabeza. Así que tuve que dejarlas salir para que fluyeran a través de un medio que a ninguno de los cuatro personajes descritos les tocó conocer.

Para una publicación del Municipio me solicitaron un escrito sobre este tema, claro que yo podía escoger la temporalidad sobre los juegos, pero no habiendo yo localizado fuentes de información más antiguas, me avoqué a entrevistar a algunas personas sobre cuáles eran los juegos y juguetes en su infancia.  Es de destacar que todos los entrevistados me platicaron de muchos más asuntos, también muy interesantes y que, en el momento, apropiado, compartiremos en este espacio.



El juego está presente en el desarrollo del individuo desde sus primeros pasos, "los psicólogos le reconocen un papel capital en la historia de la afirmación de sí en el niño y en la formación de su carácter"(1) . Además, el juego es común a todas las culturas en todas las épocas, "la cultura, en sus fases primarias, se desarrolla en las formas y con el ánimo de un juego"(2) . Siendo así no cabría imaginar una excepción ni en nuestro país, ni en nuestro municipio. Como no existen fuentes documentales que nos digan a qué jugaban los niños del posclásico tardío ni del clásico temprano en la cuenca del río Laja, nos remitimos a rememorar a qué jugaban los niños y las niñas a mediados del siglo XX en Comonfort. Conviene recordar que en los años cuarenta este no era un pueblo de economía especialmente boyante, por lo que los juguetes no eran el protagonista principal del juego. Acudí a platicar con tres añejos chamacuerenses, que amablemente desplegaron el brillo de su memoria, para permitirnos, mediante sucintos relatos, caminar por el chamacuero de aquel entonces y conocer a los pequeños que lo habitaban. Claro, se requiere una imaginación prodigiosa, más o menos la de cualquier infante.


"A los niños de esos años les compraban carritos, o camioncitos de madera; troquitas, también había de lámina; eran los que más se usaban. A las niñas les compraban muñecas de trapo, muy bonitas, y en Neutla las de cartón, en la fiesta de Julio. A mí no me compraron muñecas, lo que sí me compraba mi mamá era una especie de carteritas, de un material parecido al plástico con el que ahora tejen algunas sillas, de esas sillas como de alambrón. Jugábamos que a la Rueda, rueda de San Miguel, que a La víbora de la mar, y otros juegos parecidos, se jugaba que a aventar las cebollas: se sentaba una fila de niñas y la primera debía sacar la cebolla y uno la pepenaba hasta que las sacaba. También se usaban los patines, de fierro, que se sujetaban a los pies, Me acuerdo que en el año 39 mi hermano se accidentó, se colgó de un camión con los patines y luego se fue de mosca en el camión. Después de eso nunca hubo patines en la casa y a la fecha no los hay. Los niños a veces se juntaban con nosotras a jugar a la Rueda rueda de San Miguel y otros juegos.
Por aquí adelante, en la calle Allende, pasando las cuatro esquinas, íbamos a ver los títeres, pagábamos nuestra entrada. La señora de la casa era doña Sabina. Había unas sillitas y ahí nos sentábamos a ver los títeres, muy emocionante. Íbamos los de esta misma calle, no sé quién los operaría, pero yo los disfrutaba mucho. Cuando vuelvo a ver títeres recuerdo aquellas funciones. Otra cosa que nos gustaba era jugar a la riata, era un mecate común, no había de plástico como ahora, y era un mecate que se usaba para otra cosa, pero lo usábamos para brincar y para hacer columpios también, amarrábamos una tablita y lo colgábamos de la rama idónea de algún mezquite".
(Srta. Ma. Antonia Paloblanco)

"En aquel tiempo los Santos Reyes no traían nada, pero las canicas no fallaban, iba uno con su puñito, pero había que guardar los mejores tiritos, esos los ponía uno aparte del montón, se quedaban en la bolsa. También éramos buenos para el trompo, cada quien tenía el suyo y solo o con los amiguillos lo ponía a bailar, en la tierra, en donde fuera. También el balero nos gustaba, había como temporadas, ratos en que andaba uno y se hacía bueno con el balero, es difícil y si es grandote si pega. También jugábamos a la cuarta, el otro lanzaba su moneda y uno la suya, después, si quedaba a menos de una cuarta se quedaba uno con la moneda del otro, pero si no el otro se la embolsaba, también se jugaba la cuarta, pero de retache contra la pared.
Sí llegué a tener algún carrito de madera, quien me iba a decir que me pasaría cincuenta y dos años manejando un carrito. Pero ya de niño le entraba a la música, le dábamos a la música con los trastes de la cocina. Tenía mi grupo con mi hermano Vicente, y le sonábamos como platillos con las tapas de peltre de las ollas. Cuando hacía calor y no había creciente se metía uno al río a nadar, a mojarse un rato, en la orillita o en los remansos que se hacían un agua clarita como de manantial."
(Sr.José "Quintiliano" Prado)


"Los niños jugaban a las canicas y a los trompos, las niñas a las muñecas, que eran de trapo y las de cartón eran de Neutla. Las de trapo las hacia una señora que vivía a la subida del Calvario, se llamaba Reyna. Les ponía sus cabellos con hilos de media y les hacía sus vestidos, quedaban muy bonitas. Cuando en la fiesta de Neutla llegaba a llover, en julio, era un lloradero de las chiquillas, porque sus muñecas se les despintaban, y de algún modo también lloraban. También en la fiesta de Neutla vendían cascos (chacos) y espadas de cartón para los niños.
Había algo más especial: las muñecas de sololoy, no es plástico es un material que así se llamaba y se hacían muñecos muy reales, parecían niños de verdad. Es un material duro y durable.
Los niños que tenían más centavos tenían patín del diablo, y ya mayorcitos patines, pero el patín del diablo y los patines también los usábamos las niñas.
Jugábamos mucho a La Víbora Víbora de la mar, doña Blanca, a los encantados: Que... ¡aquí estas encantado! y no se debía mover, se quedaba fijo, eran muy divertidos aquellos juegos y cantábamos y corríamos. Yo recuerdo que andábamos en el jardín, nos subíamos a las bancas, brincábamos, corríamos, también íbamos a los columpios que estaban en la escuela Taboada, en la antigua. Pero de mis amigas de aquí del centro ya se han muerto catorce, me quedaba mi Amiga Lolita que vivía en Estados Unidos y me visitaba, pero ya también falleció.
Jugábamos a la riata, se ponía una niña de cada lado y uno brincaba. Podía pasar mucho tiempo ¿Cómo no nos cansábamos?"
(Sra. Celia Macías)


"Cuando yo era niña jugábamos, a la Víbora de la mar, a doña Blanca, al Cielito; el cielito se jugaba dibujando unos cuadros en el piso, en la tierra, y saltaba uno con un pie en donde había un cuadrito, y cayendo con los dos en donde había dos, al final estaba el cielito que se dibujaba con un medio círculo.  También los niños jugaban a doña Blanca, a los encantados, luego ya cuando estaban más grandecillos no querían jugar. Las muñecas más usadas eran las de cartón, eran las más baratas, después las de tela, que tenían sus vestidos con otra tela diferente.  Era muy tranquilo todo en esos tiempos, podía uno salir a la calle, andar en la calle sin ninguna preocupación, a mí no me dejaban andar jugando con los demás, pero me escapaba cuando podía y jugaba. En ese entonces los dulces, las golosinas eran para el día de reyes o en las posadas, no de todos los días. Y las cosas que comíamos eran todas naturales, yo creo que la gente duraba más por eso mismo"
(Sra. Ma. Del Carmen Delgado Flores)


Como puede apreciarse en estos testimonios, las muñecas de cartón son tradicionales no sólo en Neutla, sino desde Neutla, para las niñas del municipio durante muchos años. Quizá ya no despierten en las niñas las mismas ilusiones, pero siguen fabricándose y estando presentes. Un dato que causa sorpresa es que en aquellos años ya se usaran los patines, podría creerse que son mucho más recientes.  También puede parecerle a lectores más jóvenes que los chamacuerenses que nos brindaron su testimonio, jugaban a los mismos juegos que ellos; así es, con toda certeza, los juegos enumerados no sólo se jugaron muchos años más, sino que algunos de ellos se habrán jugado en este pueblo, varias décadas antes. Pero en este momento, los testimonios nos dan certeza nada más de la década de los treintas y cuarentas, porque provienen de personas en sus ochenta y tantos. Del mismo modo habrá muchos más juegos y juguetes que no jugaron o no recordaron quienes brindaron estos testimonios, pero lo enumerado nos da un panorama bastante interesante. Pero si usted, amable lector, quiere recordarnos algún juego o juguete, no tiene más que mandarnos un correo a esta dirección davidmanuelcarracedo@prodigy.net.mx y nos comprometemos a investigar y a documentar dicho juego o juguete y añadirlo a este u otro artículo.

Sin embargo, casi todos estos juegos no son parte de la recreación de los niños actualmente. Por ello cobran un valor especial, no sólo por la nostalgia y el valor cultural que tenían, sino por la forma en que contribuían al desarrollo físico, emocional y social de los infantes.

(1) Callois, Roger, Los Juegos y Los Hombres, la máscara y el vértigo, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pág. 17.
(2) Huizinga, Johan, Homo Ludens, Ed. Alianza Emecé, Madrid, 1972, pág. 67.











 
En nuestra sección de fotografías antiguas ya habíamos  mencionado un poco de la importancia y tradición de este equipo, además de publicar tres de las más antiguas fotografías que se tienen de esta agrupación. (Pueden verse           ). Para gusto mío, fui contactado por los señores Enrique Soto, José Medina y otros veteranos del equipo, con la intención de compartir y documentar la historia del Club. El resultado inicial de nuestras entrevistas es el presente texto y las fotografías que nos ilustran el paso de los comonforenses por la historia del Equipo Aztecas.



CLUB DEPORTIVO AZTECAS, F.C.

El club se fundó con el nombre de Club Recreativo Aztecas en 1921, pero no practicaban el futbol, posteriormente tomó el nombre de Club Deportivo Aztecas, F.C., ya con ejercicio del futbol en 1923.
Este equipo ha participado en diferentes ligas de carácter más bien regional o intermunicipal. Fue siempre una especie de selección oficial de la población, aunque no del municipio.
En sus inicios, la agrupación participaba en un campeonato con un alcance geográfico pequeño, pues para jugar no se desplazaba más lejos que de San Miguel Allende.
Posteriormente se integró en otra liga regional que integraba los conjuntos de San Luis de la Paz, Dolores Hidalgo, San Miguel Allende, Comonfort, Empalme Escobedo, Soria, Celaya, La Moncada, Tarimoro y el Reforma de Salvatierra.

Después, en 1953, el equipo se integró a la célebre Zona Centro que, durante décadas fue un referente del futbol en el estado, sus oficinas se encontraban en la calle Justo Sierra de la ciudad de León. Esta Organización estuvo dividida en Oriente y Poniente. Comonfort, lógicamente, se agrupaba en el Oriente. En el Poniente estaban equipos muy fuertes, de León o sus alrededores. La Zona Centro era un semillero para que los jugadores pasaran a las divisiones superiores.

A mediados de los años cincuenta, los directivos del equipo idearon un escudo que, al margen del aprecio que el club despierta, tiene un diseño muy logrado y no refleja, en su composición, los años que tiene de elaborado. En éste ya se aprecian los colores azul y rojo que fueron distintivos de este conjunto durante varias décadas.

A pesar de su carácter absolutamente amateur, el equipo necesitaba cierto patrocinio, sobre todo para trasladarse a otras ciudades. Entre sus más constantes patrocinadores está el sr. José Cruz Silva, apoyado también por los señores José González de Santiago y Francisco Plaza. Otras personas fueron siempre cercanas y apasionadas del club, aunque no realizaran ningún desembolso económico. El hecho de que alguna vez llegaran a enviar a los jugadores en camiones de redilas no significa que no haya sido necesario hacer una erogación para tal efecto. Se cuenta que cuando el Dr. Mota andaba con el equipo metía a los quince jugadores en su carrito. También la comida llegaba a ser sólo una torta, o, si había posibilidades, algo más elaborado. Eso era lo que había y a la mayoría de los jugadores no les importaba que el viaje fuera en esas circunstancias.
Desde sus inicios, o al menos lo atestigua la fotografía de 1938, el Club Aztecas realiza un partido conmemorativo el 16 de septiembre. Esa tradición perdura hasta el día de hoy. En los años cincuenta, la banda que estaba tocando en el jardín, solía desplazarse al campo azteca al festejo del equipo. También los acompañaba la reina de las fiestas patrias.
La zona centro dejó de funcionar por decisiones de nuevas directivas de la ciudad de León, a principios de los años noventa, probablemente 1991. Pero en los años cincuenta, los propios jugadores de ese tiempo, consideran que tenían mejor nivel que la segunda división, porque llegaron a jugar, por ejemplo, contra equipos de La Piedad o Morelia, que incorporaban jugadores de segunda división y se entablaban combates muy equilibrados.  También a principios de los noventa se llegó a jugar con equipos de segunda división sin que se notara una diferencia en el nivel de los contendientes.
El equipo llegó a ser campeón de Liga en la temporada 88-89, de copa en varias ocasiones y una más como campeón de campeones.
Los duelos entre Comonfort, Escobedo y Soria, todos del mismo municipio, son legendarios. Singularmente se recuerda que Comonfort derrotaba a Escobedo y éste a Soria, pero Soria derrotaba a Comonfort. Un extraño equilibrio que no permitía a ninguno de los tres considerarse superior.
Al desaparecer la zona centro el equipo también dejó de funcionar.  En ese momento deja de haber futbol en el municipio a ese nivel. Otro factor importante en este proceso es que los equipos profesionales de primera división comenzaron a integrar sus equipos de segunda o tercera división y crearon sus propios semilleros de jugadores.  Hacia 1999 vuelve el futbol a Comonfort al crearse un patronato que solicita y consigue una franquicia de la tercera división. En este reinicio también comienza a darse una cierta comercialización y el pago de retribuciones económicas a los jugadores. Este equipo permanece hasta 2010, aunque previamente había sido trasladado a Empalme Escobedo.

Del papel de semillero del equipo Aztecas, y otros equipos del municipio en la Zona Centro, habla la carrera de Alfonso Oviedo o Luis Olalde que llegaron a la primera división, Antonio Oviedo y Enrique López jugaron en equipos de segunda división. Se recuerda la anécdota de que Luis Olalde jugando para el San Luis Potosí le hizo un gol, por entre las piernas, al Pajarito Cortés, en ese momento portero del América. Quizá con mayor apoyo, porque estos jugadores no recibían ninguno, hubieran llegado más jugadores a las divisiones superiores. Felipe Guillén Cerda también jugó en Morelia, pero hizo la mayor parte de su carrera, incluso en divisiones inferiores, en aquella ciudad.
Las fotografías que, con motivo del partido conmemorativo, se tomaron cada 16 de septiembre son el mejor documento sobre la historia de este club.  Las siguientes imágenes dan una idea del arraigo que esta agrupación tuvo y continúa teniendo en la población. En todos los casos se menciona a los participantes de izquierda a derecha. Las fotos más antiguas que conocemos, por el momento, son las de 1938.

Del papel de semillero del equipo Aztecas, y otros equipos del municipio en la Zona Centro, habla la carrera de Alfonso Oviedo o Luis Olalde que llegaron a la primera división, Antonio Oviedo y Enrique López jugaron en equipos de segunda división. Se recuerda la anécdota de que Luis Olalde jugando para el San Luis Potosí le hizo un gol, por entre las piernas, al Pajarito Cortés, en ese momento portero del América. Quizá con mayor apoyo, porque estos jugadores no recibían ninguno, hubieran llegado más jugadores a las divisiones superiores. Felipe Guillén Cerda también jugó en Morelia, pero hizo la mayor parte de su carrera, incluso en divisiones inferiores, en aquella ciudad.
Las fotografías que, con motivo del partido conmemorativo, se tomaron cada 16 de septiembre son el mejor documento sobre la historia de este club.  Las siguientes imágenes dan una idea del arraigo que esta agrupación tuvo y continúa teniendo en la población. En todos los casos se menciona a los participantes de izquierda a derecha. A raíz de las reuniones que los veteranos entusiastas han realizado, se han podido conjuntar algunas fotografías, adicionales a las aquí publicadas, además de otros materiales documentales. En posteriores artículos iremos publicando dichas imágenes.
AQUÍ
El presente texto es de la autoría del Prof. Plácido Santana Olalde, primer cronista de Comonfort, Gto. En él nos hace un cuadro, necesariamente colorido, del Chamacuero de las primeras décadas  del siglo XX, alrededor digamos que de los años treinta. Si cuando lo redactó había una nostalgia evidente en sus descripciones, hoy, veintidós años después, quienes lo leemos experimentamos lo mismo en mayor escala.

UNA TRADICIÓN:  LAS POSADAS
En Chamacuero, según se cuenta, los frailes de nuestro Padre Francisco de Asís, que construyeron el Convento y la Iglesia, festejaron con humildad y devoción la Natividad del Señor y por el año de 1780 las veintiocho familias de españoles se reunían en el claustro del convento, para realizar las Posadas. Confeccionaban  faroles de papel de china de forma cilíndrica, de diferentes colores, a los cuales se les colocaban velas en su interior antes de colgarlos. Los cantos, desde luego, eran hermosos pues tenían el corte del villancico español y algunos villancicos criollos incomparables. Se fabricaban estrellas de armazón de carrizo y se forraban con papel de china iluminándolas después.  Al terminar la Posada se rompía la piñata, que representaba el mal y se repartía fruta.
Andando el tiempo, ya bajo la administración de los clérigos, que por cierto eran tres, uno de ellos se encargaba del Santo Rosario, pedía a los niños asistentes que, al final de cada misterio, se tocara un pitillo de hojalata que, para tal efecto, se le ponía agua; las niñas tocaban un pandero. Poco a poco se realizaron cambios, como el que los niños portaran un bastón alto al cual, en lo alto, ataban un guaje simulando llevar  agua. Al término de la Posada se les regalaban colaciones, de aquellas granuladas, que en el centro tenían una semilla de cilantro, pintadas de colores vegetales; desde luego las colaciones eran de azúcar. También se les repartían sus aguinaldos que conseguían las catequistas con anterioridad.  Otra costumbre de esa época era la de poner en el centro del claustro un árbol a manera del de Navidad, pero éste tenía, en lugar de esferas, ropita que se repartía a los niños más necesitados de entre los que acudían a la doctrina.
Por entonces también se hacían las Posadas en la casa de don Francisco Macías, frente al Jardín Principal, donde hoy son las casas de don Pepe Carracedo y de don Manuel Nieto, pues estas dos casas eran una sola, amplia y bonita; aquí don Pancho Macías y su esposa doña María, que por cariño la llamaban Mariquita por su amabilidad y don de gente, decía que aquí se rezaba y se pedía la Posada en el gran patio de su casa. Al terminar  se rompía la piñata, se repartía la fruta a las personas mayores y una canastita de cartoncillo con pétalos de papel crepé, simulando una rosa, su contenido eran colaciones y galletas;  a los niños les regalaban sus envoltorios de papel de china de colores, con sus dulces y galletas.
Otro lugar inolvidable, de estas tradiciones es la casa grande de la hoy calle de Ocampo, casa de españoles y que, al final, ocupó el español don David Fernández, que también ocupó el Sr. Cienfuegos y don José Pesquera, en esta bella casa se reunían la amistades, como doña Juana Olalde, esposa de don Isabel Olalde, Juanita Vázquez y otras personas del pueblo, todas ellas muy animosas que integraban el grupo de la Acción Católica de la Parroquia y realizaron las Posadas. Como en la casa de don Pancho Macías, también se rompían piñatas y se les repartían a todos los niños sus dulces, envoltorios de papel de china de diferentes colores.
Olvidaba decir que los pitillos de hojalata que tocaban los niños en esta época los hacía don Julio Morín que vivía en la casa de Ciro Morín que está detrás del hoy Centro de Salud.
Por los años cincuenta llegó a la Parroquia de San Francisco el Sr. Cura don José Reyna y las Posadas dejaron de realizarse en el claustro.
Para entonces en la calle de Juárez, en el No. 36 de la antigua numeración vivía el Ing. Antonio Hernández, este Ingeniero, con su familia, inicia a pedir Posada en esta calle que menciono, con mucho entusiasmo y, además, invista a todos sus vecinos a participar y al final los obsequia con ponche y aguinaldos. Aquí ya se usan gorritos de cartoncillo impresos, serpentinas y confeti. Después de algunos años el Ingeniero Hernández se cambia a Salamanca y dejan de realizarse.
Decía que con la llegada del Sr. Cura José Reyna el Santo Rosario se efectúa en la Parroquia y, al final de cada misterio se siguen tocando los pitillos de hojalata y están organizadas un grupo de muchachas vestidas con sus atuendos de pastoras y sus panderos con los que acompañan, con su ritmo, los villancicos que con anterioridad ensayaron. Al término del Rosario salen a la calle, donde ahora se pide Posad y que se adorna con tendederos de cortinas de papel de china, picados con esmero. Cada calle se compromete, según el día que le toca y tal parece que tienen competencias y, además, son muchos los niños que ocurren al acto religioso, los cantos de la jornada son acompañados con música. Cuando los Santos Peregrinos son aceptados, a los músicos, pastores y Vicarios se les regala con una cena tradicional de ricos buñuelos de harina, enmielados o remojados en un caldillo de agua de piloncillo hervido. A las personas y a los niños se les regala su fruta, aguinaldos y piñata. Grandes colotes tejidos de carrizo se vacían a cada momento, pues es demasiada la gente que acude con entusiasmo. Así son los nueve días de estas jornadas decembrinas que culminan con la Misa de Gallo.
Antes de estos festejos, tal vez veinte años atrás, una familia quedó en los recuerdos por  festejar bien las fiestas decembrinas y que también eran aceptados a participar los niños del pueblo y otras personas. La casa de don Simón Elías era muy visitada, se pedía la Posada y se cantaban viejos villancicos al compás de la música, pues el señor Elías tenía una Orquesta, y su casa es de patio grande. No faltaban los aguinaldos y ponches  para los asistentes, fueran niños o adultos. En la mayoría de estos festejos ya se repartían las velitas de colores y las pequeñas luces que al quemarse son toda una fantasía de diminuta lluvia de estrellitas. Ya por todos lados se gastan las serpentinas y el confeti, se saborean las dulces y las limas del lugar que fama inmensa le dieron a Chamacuero.
El tiempo pasa, las personas se van y la tradición y los recuerdos quedan. Aquello fue otra cosa, hoy el Rosario lo tiene a su cargo alguna persona; ya no hay pastoras, poca gente se interesa, falta ponerle amor a las cosas; algunas calles se adornan otras no. Hoy se baila y se disfruta haciendo a un lado las viejas costumbres. Son demasiados los centros y salones de festejos. Sólo diremos que las personas cambian y los recuerdos quedan.
"Chamacuero del Dr. Mora"
                Plácido Santana Olalde
                Cronista de Comonfort, Gto.
                Febrero de 1996.
 
La imagen anterior es de la casa que menciona el profesor Santana en su texto, incluso en la imagen la casa no está aún dividida

A manera de glosa creo que, por el tiempo transcurrido, no es un despropósito transcribir memorias un poco más recientes, a mí me tocó asistir a hermosas Posadas en dos domicilios diferentes, a veces, incluso el mismo día, durante muchos años asistimos, mi hermano y yo, a las posadas que se realizaban en la casa de la Sra. Imelda De Santiago, en la calle Allende, creo que el sistema era el mismo que se aplica en la actualidad, al ser nueve posadas, cada día le toca solventar los gastos a una familia diferente, o a dos que se conjuntan para tal fin, evidentemente  familias de los niños que asistían.  En mis recuerdos infantiles hay un patio enorme al fondo de esa casa, donde corríamos y jugábamos durante un rato, coincidentemente la casa tenía algunas habitaciones con puerta o ventana hacia el patio, en esos espacios se ubicaban quienes contestan la petición de Posada. Alguna vez uno de esos cuartos estaba lleno de granos de sorgo hasta una altura considerable y nuestra imprudencia nos tuvo un rato brincoteando en este material, hasta que el señor José González nos puso en orden amablemente. A cierta hora nos convocaban a pedir posada, previamente nos habían entregado nuestras velas y nuestras luces de bengala, un par de niños y no necesariamente grandes ni robustos cargaban el Misterio de puerta en puerta, entre el jolgorio de nuestra informalidad infantil. Se nos advertía que las chispas festivas de las luces de bengala, era para cuando se concedía posada a los peregrinos, pero era común prenderlas desde que las recibíamos.  Luego rompíamos dos o tres piñatas, mismas que se fabricaban con ollas de barro creadas exprofeso para este uso,  luego nos entregaban nuestro envoltorio, uno de dulces y otro de fruta.  De rato regresábamos a nuestras casas, alrededor de las ocho de la noche, con la ilusión de regresar al día siguiente a repetir este ritual.   Ignoro durante cuántos años y hasta que año se celebraron Posadas en esta casa, estoy seguro de que para el medio centenar de niños que asistimos debe ser un recuerdo bien grabado en nuestra memoria.  El Arq. José González me platica que, probablemente, este mismo grupo de familias anteriormente realizaba las posadas en la casa del Sr. Bonifacio Sotelo, en la calle Hidalgo, con la misma dinámica y horario. A él le tocó asistir a este domicilio, aunque no a las que se realizaban en su propia casa. Mi hermano también recuerda haber asistido varios años a la casa del Sr. Sotelo.
José González también me cuenta que, cuando él era adolescente le tocó asistir a las Posadas  de la familia Elías en la calle Juárez, esta era una Posada digamos para Adultos, aunque, por supuesto tenía un ambiente muy familiar y armonioso, comenzaba alrededor de las nueve de la noche, pero como la familia Elías fue de músicos de abolengo, no faltaba la música en vivo, la cual derivaba en baile y  potencializaba la festividad, había, en palabras de José: ponche, cotorreo, aguinaldos, piñatas, sin que por ello mermara el ambiente bello, sano y familiar.
Por esas épocas, y estoy hablando de los años setenta, dando inicio a las ocho de la noche se celebraban las Posadas en la Casa de don Moisés Olalde. Él y su esposa doña Chelito Pérez, nos recibían en la sala de su casa y nos apretujábamos gustos una treintena de chamacos de la calle Luis Cortazar, a los que nos añadíamos mi hermano y yo, que vivíamos a la vuelta de la esquina.  La celebración con  don Moy se iniciaba rezando el Rosario, ritual que para la impaciencia de nuestros años infantiles parecía extremadamente largo, pero todos permanecíamos y nos comportábamos con el respeto esperado.  Después de ofrecernos un ponchecito, don Moy, con una capacidad y personalidad que me sigue sorprendiendo, organizaba juegos para aquellos niños y adolescentes, en los que no era necesario moverse de su lugar, y con los que pasábamos mucho rato riendo y disfrutando. También solía contarnos cuentos entre ilustrativos y divertidos.  Hacia las diez de la noche, al menos mi hermano y yo, regresábamos a nuestra casa con nuestros envoltorios.  Ignoro también durante cuantos años don Moisés Olalde organizó posadas para sus niños vecinos, pero me atrevo a imaginar que la presencia de tantos chamacos habrá tenido un significado especial par él y su señora esposa.
También estoy seguro de que había, en muchos barrios y calles otras posadas, que seguramente habrán tenido su similitud con las que describo, a final de cuentas lo importante es el motivo que las origina y cómo éstas celebraciones se integran en los valores y los recuerdos de cada uno de nosotros.
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LA NACIONAL, TLAPALERÍA
A lo largo de los años que llevo desempeñando esta actividad como cronista, muchas personas con las que he platicado rememoran la tienda de mi Padre y hacen siempre referencia a que ahí compraban de todo, no sin poner un énfasis nostálgico hacia aquellos años y una expresión de respeto hacia "don Pepe", lo cual agradezco.

No sé si efectivamente se vendía de todo, pero de que el abanico de mercancías era extenso, era muy extenso, en los comentarios que cito arriba y en lo que abajo describo, es necesario considerar el contexto en que esta tienda funcionaba, las características del Chamacuero de los años setenta, cuando las comunicaciones era mucho más lentas que ahora y los productos tardaban mucho más en distribuirse, así como las necesidades de la clientela y el hecho, quizás propio del tamaño de la población, de que la gente solía realizar sus reparaciones domésticas por sí misma. 

Hablo de los setenta porque a ese momento corresponde mi visión infantil de aquella tienda y lo que hoy deseo compartir en este espacio, pero permítame aclararle que don José Carracedo Muñoz, mi Padre, adquirió esa tienda en 1940, se la compró al Sr. Francisco Macías, bisabuelo del Sr. José Luis Revilla.  Para cuando le vendió la tienda a mi Padre ya tenía cincuenta años con ella pues  LA NACIONAL se fundó en 1890.

En los años setenta, que cito, en la fachada lucía un letrero así, con mayúsculas, que abajo declaraba el rubro del negocio: TLAPALERÍA.  Tlapalería es una palabra hermosa con raíces prehispánicas, tlapalli, significa color, es decir que, en principio hablamos de una tienda de pinturas, el diccionario de la RAE, se solidariza con mis memorias y nos dice :Tlapalería:  Tienda de pintura, donde también se venden materiales eléctricos y herramientas.

Para no desmentir tan bella palabra empiezo diciendo que se vendían pinturas, pintura vinílica de marcas que hoy ya no existen, como la célebre pintura Tláloc, o pinturas de agua que venían en bolsa y a veces se desparramaban. También pintura esmalte en marcas como Canada, mismas que solían diluirse con aguarrás, no con thiner. Como la tecnología ha evolucionado aquellas pinturas no tendrían competencia con las actuales, pero nadie las ha puesto a competir. 
Siguiendo con los colores, se vendía pintura vegetal que era utilizada para darle color a la nieve, ese verde esmeralda de la nieve de limón y otros colores que, a querer o no estimulan el apetito, se consiguen con la sabia aplicación de pinturas vegetales comestibles.  Y enfatizo la sabia aplicación, porque mi Padre recordaba haberse equivocado de color y vendido un azul en lugar de verde para la señora Chabelita, ella lo usó para colorear un agua de limón que le costó mucho trabajo vender y se fastidió de responder la pregunta:  "¿De qué es?" 

Hubo dos motivos para confundirse, las porciones que se vendían no venían en sobrecitos de celofán bien identificados, mi Padre las empacaba en papeles de estraza que él mismo recortaba y sabía doblar con maestría hasta hacer un sobrecito donde no se fugara ese polvo que también engañaba por su aspecto.  Varias veces lo vi con un centenar de papelitos acomodados en perfecta formación y con un único doblez, sobre estos, con un cucharón industrial de lámina que le habrá fabricado el señor Yale, colocaba una porción de este polvo. Luego los empacaba y los acomodaba en cajones. Sólo su memoria y su organización le permitían saber qué color estaba en cada cajón.

Ya que dije papel de estraza, permítame comentar que el plástico para las envolturas era casi inexistente (y qué bueno). Todo se envolvía en papel, ya fuera en envoltorios o en cucuruchos donde se podía poner casi todo. Claro, tenía su chiste no entregarle al cliente un amasijo de papel y mercancías.  Acaso con ayuda del pegol, que era una cinta adhesiva de papel, a la que había que humedecer, pero funcionaba perfectamente sobre papel. Incluso, algún tiempo tenían demanda las cajas de popotes y no eran de plástico, sino de papel encerado, sin embargo se usaban para los adornos que, durante algunas fiestas, se ponen de un lado al otro de la calle. Alguien con ingenio incluyó popotes en los adornos.

Junto a la pintura vegetal se vendían anilinas que se destinan a otros usos y que, por supuesto, no son comestibles.  También los tintes para ropa se vendían con regularidad. Y las pinturas "escolares" Vinci y Politec (que siguen usándose), que no son lo mismo aunque se parezcan.

Y como mercancía muy especializada la grasa, crema, brillo y tinta para los boleros, así como las brochas y cepillos. Todos de la marca El Oso, que además era oso polar. Y junto con todo esto, suelas y tapas, entiéndase tacones.

Artículos muy de tlapalería y con un alto concentrado de nostalgia, dado que su uso se ha vuelto muy especializado, eran: blanco de España, cera de Campeche, oro musivo, Congo rojo, chapopote o mixtión de plátano; no es invento mío, una clienta preguntó despistadamente: "¿Tiene Emoción de plátano?"


En estos tiempos, cuando requerimos un vidrio para la ventana, en el mejor de los casos acudimos a una tienda especializada (hay una media docena en Chamacuero) y hasta podemos contratar también la instalación. En los años setenta, si se les rompía el vidrio de alguna ventana, los chamacuerenses acudían con don Pepe y le pedían un vidrio, sencillo o semidoble según el tamaño de la ventana y, con la guía de un enorme papel milimétrico, un cortador de diamante y una regla que tenía un canto de goma, mi Padre cortaba los cristales de las medidas solicitadas.

El vidrio sencillo era de 2 mm y el semidoble de 3mm; eran lo usual, sobre todo el primero, en todas las ventanas y puertas con cristales. Hoy esto es casi impensable, el de uso generalizado es el cristal de 6mm. Claro, también había el vidrio chino, en alusión a la textura, tenía la superficie chinita que obstruía la visión. Una vez con sus vidrios los clientes solían instalarlos, ellos mismos,  en sus casas utilizando Mastique, el cual se vendía a granel.
Las hojas de vidrio, en uno y otro grosor, llegaban embaladas en madera y cartones, evidentemente un paquete de 20 hojas pesaba un demonial y eso que eran hojas de 80 centímetros x 2.00 metros.  Como es de suponer, recortar vidrios de muy diferentes medidas provocaba, pese a la planificación del corte, una enorme cantidad de sobrantes que difícilmente se venderían, con esos sobrantes mi padre fabricaba unas cajas de cristal de 10 x 20 centímetros de los que hablaremos después, pero llegó a tener tal habilidad para el corte que fabricó, partiendo de ciertos modelos, algunos edificios muy sencillos, vidrios de 6 x 12 milímetros, por decir algo, para hacer una torre o de 4 x 5 centímetros una pared. Esto no se pegaba con Kola Loka ni con UHU que aún no existían, sino con algún pegamento similar, tan bueno que aún se conservan estos modelos.

Claro que había algunas dificultades: recuerdo a alguna muchacha despistada que rompió un vidrio en la secundaria y procedió a medirlo y a solicitarlo; cuando mi Padre le entregó su vidrio de 24 x 18 centímetros lo miró asombrada por todas partes, le parecía muy pequeño y estaba segura de las medidas que registró. Luego de varios ires y venires se aclaró que la muchacha había medido en pulgadas  (es que en secundaria todavía no le enseñan a uno todos los sistemas métricos del mundo, además, quién les manda ponerlos juntos en las reglas).  Debo confesar que, cuando mi padre nos contó de ese "Malentendido", hasta  a mí mis ocho años, me pareció que había que ser muy despistado para no captar la diferencia entre una unidad y otra  y ponerse a tomar medidas con lo primero que se nos ocurra. 

Aparte de los vidrios para las ventanas, también se vendían vasos, jarras, tazas y unos recipientes enormes llamados vitroleros, idóneos y socorridos para la venta de aguas frescas de muchos sabores.

Y ya que mencioné que el mastique se vendía a granel, muchas otras cosas también, Flit (insecticida), aguarrás, thiner, creolina, Resistol blanco, Resistol amarillo.  Pero no crea que se entregaban, como dije antes en cucuruchos de papel.  Es broma, ya sé que usted, amable lector, no imaginó tal cosa.  La clientela llegaba con sus botellas de cristal, a veces de refresco o a veces de tequila, todavía con su tapa, entonces de unos botes de lámina, que también habrá hecho algún Yale, se extraía el líquido y se medía con unos cilindros graduados y con asa, de a litro, medio, un cuarto, cien mililitros. Mismos que habrá fabricado el mismo señor Yale, junto con los sifones del mismo material que se usaban para sacar algunos de dichos líquidos de tambos de doscientos litros, no los resistoles, claro, que venían en botes de lámina y, en realidad, se vendían por peso.

Una muy singular mercancía era la química para los cueteros. En algún momento se vendía pólvora. Por esas épocas recuerdo haber acudido con mi Padre a la zona militar de Irapuato, se entrevistó con un General que miró con simpatía a los chiquillos güerejos que llevaba don Pepe, luego supe que se trataba de aplicar las regulaciones nuevas para el manejo de la pólvora: Para acopiar más de cinco kilogramos se debía contar con un polvorín a kilómetro y medio de la zona poblada.

Como mi padre no se imaginaba echando una carrera al polvorín cuando alguno de sus clientes le solicitara doscientos gramos de esta sustancia, suspendió esa venta. Quizás otra persona hubiera seguido con la venta en clandestinidad, pero él no.

Sin embargo continuó vendiendo cloratos, nitratos, aluminios y una buena cantidad de sustancias que son inocuas en aislamiento, ya después los señores cueteros las mezclan sabiamente en sus talleres. Llegaban bultos de cincuenta kilos o barriles de cartón de 50 litros conteniendo todo aquello y mi padre las empacaba en bolsas de papel de un kilogramo.
El área de la papelería no era menospreciable, de hecho había pocos negocios que fueran papelerías especializadas, así que una gran dotación de libretas de muchas o pocas hojas, forma francesa, italiana, profesional, con cuadrículas, rayas y dobles rayas se expendían con regularidad. Incluso el cuaderno polito que era feón y tenía su cubierta rojiza, con la ilustración de un estudiante que parecía cargar un enorme candado en una mano (era un portalibros). Lápices, borradores, bicolores, plumas normales, plumas de las elegantes para regalar, así como tinta china y la plumilla y el manguillo. Las tres cosas combinadas permitían una escritura ya en desuso aún entonces.

Los papeles en formato pequeño eran otro mundo, hojas de máquina, papel revolución, papel calca, papel carbón, papel marginado y martillado o ambas cosas, esténciles para mimeógrafo que ahora serán de museo.
Los papeles en formatos más grandes tenían a la cartulina, irremplazable para los trabajos escolares igual que su primo deslucido el cartoncillo. Para forrar los libros el papel manila era insuperable, el papel de estraza para usos más refinados, así como el papel encerado y el metálico que venía en rollos.  No olvidarse del papel crepé y el papel de china, de muchísimas aplicaciones.

Antes de la creación de la Conaliteg, es decir de los libros de texto oficiales y gratuitos, se utilizaban unos hermosos libros de María Enriqueta Camarillo, se vendían, necesariamente muy bien. Bueno me salí de época, estos libros se vendían en los años cincuenta.

Incluso blocks de notas, de recibos, de pagarés.  Una persona, y esta era una anécdota muy socorrida por mi Padre, preguntó por talonarios, al preguntársele si de recibos, de notas o de qué, se señaló el pie, Talonarios para los zapatos. Tacones pues. Como sea van en los talones.


También se vendían mochilas en muchos tamaños, mochilas que aunque se podían colgar a los hombros, parecían más bien un maletín muy ancho.

Existían también los "Portalibros", de piel y de plástico pero nunca conocí a nadie con la habilidad de utilizar cómodamente ese par de correas con asa, para cargar sus útiles (sólo el niño del cuaderno polito y un servidor para tomar la foto).

También había una buena cantidad de mapas e incluso biografías, pero no monografías que llegan a ser muy ambiguas en su temática.  Mi Padre contaba de un chamaco que llegó pidiendo una Radiografía de Morelos, así que amablemente lo remitió a La Aurora, donde el señor Juan Antonio Morelos podría comercializar alguna de sus placas.

Cabe destacar que muchos de los  trámites, pagos, solicitudes, facturaciones, se realizaban a través del sistema postal. Por carta se solicitaba un material o se enviaba el giro bancario o postal correspondiente, etc.  Además, mucha de la mercancía llegaba por ferrocarril.  Sin embargo un gran porcentaje de los artículos eran surtidos por agentes viajeros que pasaban periódicamente y levantaban sus pedidos.

Un día pasó un agente del FCE, que no es Federal Comisión of Electricity, sino Fondo de Cultura Económica y esos libros, tan significativos, poblaron un tiempo alguna de las vitrinas de la tienda. No le puedo asegurar que la población de Chamacuero demandaba con avidez estos materiales, pero todo acababa por venderse.

Alguna vez mi padre comentó, bromeando, que para poder vender esos libros tenía que haberlos leído previamente. Sin ninguna motivación comercial, mi Padre, lo mismo que mi Madre, leían cotidianamente.  Dan prueba de ello los muchos metros de anaqueles repletos de libros que había en la casa familiar, ninguno de ellos, por cierto, de los que estaban a la venta en la tienda.

Recuerdo mucho uno de aquellos libros, el original diseño de la cubierta alternaba el título del libro y el nombre del autor una media docena de veces.  Así que algunos clientes leían, incluso en voz alta:

Pedro Páramo
Juan Rulfo
Pedro Páramo
Juan Rulfo
Pedro Páramo
Juan Rulfo

Y quizás no llegaban a saber si Juan Rulfo escribió Pedro Paramo o si Pedro Páramo escribió Juan Rulfo.  Yo mismo nuca supe quién era quién.  Es broma, es broma, lo he leído varias veces.


Para no desmentir la definición de la RAE, también se vendían herramientas, recuerdo desarmadores, pinzas, pericas, limas, flexómetros (con pulgadas y milímetros).  Los tornillos con sus tuercas y rondanas eran un mundo aparte, desde los muy pequeñitos hasta los tronillos para Arado, especiales en sí. Del mismo modo los clavos en muchos tamaños, con cabeza y sin ella. Todos se acomodaban en cajones que mi Padre fabricó exprofeso, lo mismo que muchos de los estantes. Nunca lo presumió pero tanto estos anaqueles como varias mesas, sillas, roperos y bancos salían de sus manos con un sentido más práctico que esmeradamente artístico.
El alambre galvanizado en muchos calibres, la tela de gallinero y la tela mosquitera también figuraban en los inventarios. No se diga la lámina galvanizada que ameritaba de unas enormes tijeras para seccionarse de sus rollos.

Por supuesto que usted, amable lector, se estará preguntando por las Grapas para banda, ya ve que todos las usamos alguna vez. Bueno, hablando en serio, se vendían mucho, imagino, y nada más es conjetura mía, que son para las bandas de molinos y sistemas de extracción de agua, para mayor información de cómo se usaban puede remitirse a las minuciosas instrucciones que acompañaban cada caja.

En aquél entonces tampoco había tiendas especializadas en bicicletas y las bicicletas era mucho más utilizada que hoy en día, estaban sustituyendo a los caballos, si bien todavía recuerdo a muchos clientes atar sus animales en un poste que exprofeso estaba colocado en la banqueta. Por lo mismo, no por los caballos sino por las bicicletas, se vendían manubrios, cámaras, dinamos, salpicaderas, balines, llantas, cadenas, parches e incluso cinta para forrar bicicletas.

Creo que nadie hace tal cosa hoy en día, pero como una bicicleta era una buena inversión, el propietario solía forrar las partes que no iban cromadas con una cinta plástica de dos centímetros de ancho, misma que había en colores serios o brillantes. Al final del tramo se sellaba por un proceso de termofusión inducida.  Se le ponía un cerillo, pues. Porque cómo se iba a ver una bici toda tallada o despintada. Además en ella solía viajar toda la familia mientras no fueran más de dos chamacos acompañando madre y padre.

No eran para las bicicletas, pero también había inyectores para los balones. Y también se vendían balones: de fut, de basket, de voley. También triciclos se vendían, sobre todo hacia el seis de enero. En muchos tamaños, recuerdo a un cliente que se llevó un triciclo para su niño, el siete de enero regresó a comprar otro, para su niña, argumentando sonriente: Ni modo, donde manda capitán…

Aunque había bicicletas y triciclos muy para mi edad, nunca se me ocurrió que podía montarme en ellos, estaba prohibido desde siempre. Más aún, dado que no era raro que en alguna parte de los aparadores, le pidieran permiso de poner el cartel de algún evento, desde palenque, corrida de toros (en otra ciudad), circo  o alguna tardeada o kermes, alguien le solicitó permiso de exhibir una motocicleta que se rifaría, evidentemente con el doble objetivo de atraer a la compra de boletos para el sorteo y para demostrar la seriedad de los organizadores. El vehículo debe haber estado ahí un par de semanas o más. Nunca, ni con la tienda cerrada y mucho menos abierta, nos permitió, a mi hermano y a mí, subirnos al aparato que, desde nuestra perspectiva infantil era fascinante y enorme.



Y siguiendo con la definición de tlapalería, otro rubro era el material eléctrico: cable, poliducto, cajas, chalupas, cordón pot, porque como que se privilegiaba la instalación visible.

Alguna vez el Señor Sebastián Balderas, quien siempre saludaba con esmerada amabilidad y tono afectuoso preguntó, y no sé si era un tanto en broma:

-¿Tiene encendedores don Pepe?  -Mi Papá le mostró unos de gasolina, muy bonitos que tenía.
-No- dijo don Sebastián-, para la luz. 
-Esos son apagadores.
-Bueno -contestó- cuando está prendida, pero cuando está apagada son encendedores.  
Y se llevó dos.

Cinta de aislar de tela y de plástico.  Hace unos días fui a la ferretería del señor Prado y le pregunté por cinta de aislar de tela. Me dijo: "No, esa ya no la vendemos, ya no la piden, esa la vendía tu papá". Luego de nostalgiarme un tanto le pregunté si vendían laminillas para sujetar el cable a la pared.  La respuesta fue muy similar: "Ya no se usan, ahora se venden estas grapas de plástico". Salí de ahí con una cinta de aislar de plástico y la sensación de ser de hábitos más antiguos de lo que suelo creer.

En aquel tiempo se vendían focos incandescentes, de 15, 25, 45, 60, 75 y 100 watts, había que probarlos para venderlos. Así que en un aparatito que el fabricante suministraba se hacía encender cada foco vendido (para que luego no viniera el cliente a decir que le salió malito su foco).

Focos también pequeños, para lámpara y para bicicleta y se les decía de una o de dos pilas, entiéndase de 1.5 o 3 Volts.  Y ya que hablo de pilas,  baterías, en tamaño D, C,  y AA.  La triple A era de ciencia ficción, lo mismo que las baterías alcalinas con casco de cobre que no era de cobre, es decir que se generalizaron muchos años después.  Incluso las batería tamaño D se utilizaban mucho más que ahora y los proveedores habituales eran Eveready, Rayo-Vac, Águila Negra.  Incluso había unas baterías enormes, como un tabique pequeño, a las que se les adaptaba una lamparilla y funcionaban como luminarias de escritorio, muy útiles cuando "se iba la luz". No es que ya no se vaya la luz, pero ahora la gente saca su teléfono e ilumina los espacios.

Recuerdo algunos herrajes como los ganchos para perchero, por supuesto las bisagras, los pasadores, las chapas, candados, grandes o pequeños, armellas.

También el material de plomería, tubos galvanizados, llaves nariz, codos, tes, tapones, reducciones, coples, niples, conectores.  Y aunque de media pulgada y tres cuartos, nada más, las conexiones hacían un buen inventario.

Alguna vez alguien, hablando de esta fama de variopintas existencias mercantiles, dijo desde su ignorancia: "El error en esa tienda fue no haber vendido materiales de construcción". Y si ya de entrada la opinión del que nunca ha tenido tienda es para desecharse, por más tono arrogante que utilice, me imaginé la casa de todos ustedes llena hasta el tope de bultos de cemento, calhidra y yeso y a mi señor Padre acarreando del diario dos o tres toneladas en sacos de 50 y 25 kgs.  No, si platicando y suponiendo se pueden decir tantas estupideces…

Porque se habrá percatado que esta tienda fue siempre de un solo dependiente y propietario, nunca hubo empleado adicional alguno y eso seguramente habría permitido ensanchar el negocio considerablemente, pero mi Padre supo sabiamente manejar su tienda hasta donde sus ingresos y su tranquilidad hacían un envidiable equilibrio.

Pero así como llegó el agente que surtió libros del FCE, un día llegó un agente viajero, representante del señor Apolo López de Lara y de su empresa LodeLa que, como quizás intuya, fabricaba, con gran calidad, modelos de plástico a escala, partiendo de su asociación con la empresa Revell que facilitaba los moldes. El caso es que, para sorpresa de mi hermano y mía, un día llegaron cuatro enormes cajas de las que fueron saliendo tanques, aviones,  autos y monstruos en llamativas cajas que supieron acomodarse minuciosamente entre los estantes de la trastienda. Ya antes conocíamos estos modelos, pero tenerlos en tales cantidades ahí mismo era otra cosa. Durante varios años estuvieron vendiéndose, junto con los que llegó en envíos posteriores y, quizás como los libros del FCE, la oferta generó la demanda y también, a la larga todos los modelos se vendieron. (Los modelos de la siguiente imagen son de la época, pero fueron adquiridos posteriormente por le que esto escribe).
Para una luz menos mortecina también se vendían tanques de gas y la lámpara que se conectaba al tanque, así como los capuchones que este aparato consumía para darnos una luz que competía con el foco incandescente. 

El quinqué funcionaba con petróleo diáfano, lo mismo que las estufas que también se vendían en la tienda, de uno o dos quemadores.

Y ya que hablo de aparatos domésticos, en una ocasión una señora llegó a preguntar muy relajadamente:

-¿Qué cuestan los pararrayos?
-¿Pararrayos? No, eso no vendemos.
-Pararrayos de esos - y señaló unas hermosas bacinicas de peltre en el último entrepaño.

Siendo así, debo reconocer que en La Nacional también se vendían Pararrayos.  


Años después volvió el mismo agente, pero ya con un solo producto el cuál, insistió, estaba por convertirse en una bomba publicitaria que provocaría una demanda desmedida de tal producto, se llamaba "Cococósmico" y era nada más un casquito de plástico con un rehilete volantín.

De motu proprio embarcaron seis enormes cajas repletas de tal producto,  cuando mi Padre les avisó, unos meses después, que se las iba a devolver, las recibieron gustosos argumentando que no tenían cómo cubrir la demanda de "Cococósmicos" en algún lugar de la República. Es decir que, a querer o no, siempre se vendieron mejor los modelos de Plástico a escala.
No sé si era el mismo proveedor, pero por esa época también se vendían juegos de mesa: damas chinas, ajedrez, dominó, turista. Y en versiones muy rústicas, unas cartulinas impresas con la Oca, el coyote, la lotería  y Serpientes y escaleras.
Y ya que hablé de plástico, para el diez de mayo era tradicional vender, envueltos llamativamente como regalos, vasos, saleros, jarras, paneras, charolas, tazas.  El trabajo de recortar una base de cartón para cada artículo, envolverla en papel de china, colocar los objetos, envolverlos con papel celofán y colocarles un moño nos llevaba, a toda la familia, varias semanas previas; pero durante muchos años el noventa por ciento o más, de lo que se ponía a la venta, se vendía.

También se vendían las cajas de cristal que mi Padre fabricaba y que mi Madre adornaba primorosamente y las llenaba de dulces y chocolates; creo que costaban diez pesos y no sabe cuánto daría por una de aquellas cajas, síntesis de la destreza y energía de mis progenitores. Podemos decir que desde el día ocho había una aglomeración de clientela que se intensificaba el día nueve  y duraba hasta el mediodía del día diez.

Hoy puede parecer impensable que tantos niños adquirieran un regalo tan humilde para obsequiar a sus madres en su día, pero en aquel Chamacuero de los años setenta así era. Alguna vez escuché a alguien comentarles a sus hijos, ahí en la tienda, que mi Padre había hecho una labor muy útil al proporcionarles un regalo accesible a muchos niños durante décadas. Ni él ni su familia lo habíamos percibido así, no le movía una intención altruista al vender aquellos artículos, pero la venta tampoco representaba una ganancia desbordada, incluso, el precio de venta no consideraba el material y el esfuerzo de la envoltura: los platos vasos, etc, se vendían al mismo precio que si no hubieran estado arreglados como un regalo.  Pero si estarnos durante semanas arreglando sencillos artículos de plástico les permitió a muchos niños cumplir el deseo de celebrar a sus madres, pese a las estrecheces económicas, eso es una satisfacción grande de la que, como lo menciono, no nos habíamos percatado.
Estas remembranzas son apenas un esbozo de todo lo que don Pepe llegó a vender en La Nacional, de lo que se vendía décadas atrás tengo menos nociones, pero sé que si usted, amable lector visitó aquella tienda con frecuencia, esta enumeración también le habrá despertado la nostalgia por el Chamacuero de hace cincuenta años y todo aquello que nos dibuja una etapa seguramente entrañable y que, a querer o no, sobrevive sólo en nuestras remembranzas.
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El Centenario del Club Deportivo Aztecas
Resulta muy difícil, sobre todo cuando ha transcurrido tanto tiempo, determinar el momento, la fecha y las circunstancias reales en que algo tan singular, como un club deportivo, fue creado. Máxime que un día pudo surgir la idea, en otro formalizarse y realmente empezar a funcionar más adelante.   Lo anterior por si alguien se pregunta si efectivamente el Club Deportivo Aztecas se fundó en 1921 y aunque es difícil demostrarlo con toda la documentación histórica necesaria, los testimonios recabados desde hace muchos años nos llevan a suponer que el regocijo y el orgullo por conmemorar este centenario son absolutamente legítimos.

Aunque ya hemos hablado en este espacio de esta asociación deportiva, conviene recordar un poco, para los nuevos lectores o para los que nunca hayan oído sobre el tema:  el equipo de Futbol del Club Deportivo Aztecas participó en torneos a nivel regional durante casi setenta años. Por ese motivo está presente en los afectos y las remembranzas de muchos de los jugadores, de los familiares de estos y de los aficionados al equipo por sí mismo.

Y si nos ponemos a imaginar cuántos partidos de habrán disputado en todos esos años, cuántas anécdotas se generaron, cuantos comonforenses integraron las alineaciones y, sobre todo, cuántos de nosotros asistimos regular o eventualmente a los partidos celebrados en el campo Azteca, repito, si analizamos todo esto no será difícil entender por qué treinta años después de efectuado el último partido, se sigue celebrando la existencia de aquel club y se sigue realizando el partido tradicional del 16 de septiembre.

Yendo un poco a la historia, se sabe que hacia 1921 se creó un Club Social y Recreativo con el nombre Aztecas. Este club no contaba con un equipo de futbol ni fue formado para eso, pero el nombre trascendió hacia un equipo conformado en 1923 y que, a partir de ahí como ya dijimos, participó en los torneos de la región.  Y si bien en sus inicios las distancias a recorrer no los llevaban muy lejos, en los años subsecuentes se integró en torneos que ya ameritaban un viaje a diferentes municipios del estado, hasta que en 1953 se integró en la muy celebre Zona Centro, que, en sentido estricto era la división inferior a la tercera división nacional, pero no necesariamente inferior en cuánto a la calidad de sus jugadores y el nivel deportivo de sus partidos. Hacia 1991 la Zona Centro dejó de funcionar y con ello también el Equipo del Club Deportivo Aztecas que, sin embargo, había sido campeón un par de años antes. 

En el año 2021 se cumplió un siglo de que alguien creara un Club Social y Recreativo al que llamó Aztecas. Y ese fue el génesis del Club Deportivo Aztecas A.C.  Como dije al principio puede cuestionarse si el 2021 era el momento del centenario o si lo era hasta 2023 y podemos enredarnos en muchas consideraciones y argumentos. Pero mucho más importante es que, para lo que este Equipo, en todos estos años ha significado para la población, cualquier celebración es poca y cualquier aniversario es digno de ser celebrado, tan solo por la alegría de recordar a quienes se entregaban en los encuentros deportivos y a quienes apoyaban de manera generosa y absolutamente desinteresada, para que el equipo de una población tan pequeña, pudiera integrarse en campeonatos y ligas donde solía participar equipos de ciudades más grandes.

Así que, amable lector, estará usted de acuerdo conmigo, y más si usted fue jugador o es hijo o sobrino de algún jugador, en que si son 100, 98, 101 ó 99 años da exactamente lo mismo, todo es para festejar y recordar con gusto y regocijo.

Por lo mismo, este año 2021, la celebración religiosa se llevó a cabo en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.  Y si siempre es emotivo el encuentro entre los jugadores de todas las épocas del Equipo, en esta ocasión, luego de la pausa obligada por la pandemia, lo fue todavía más. El hecho de que mi padre haya jugado en este equipo me permite no sentirme que invado una celebración entre personas que se estiman y respetan profundamente, pero créame usted si le digo que todos los involucrados se sienten halagados de que se tenga interés en la historia y la trascendencia de este equipo.  Pero lo comento porque es muy palpable, pese a la discreción a que el recinto obliga, la emotividad con la que el encuentro entre todos los involucrados se lleva a cabo y el ambiente tanto nostálgico como festivo que prevalece en todo momento.

En esta ocasión se hizo mención, y es algo frecuente en esta celebración religiosa, de los integrantes del Equipo ya fallecidos que, si bien no se encuentran presentes en persona, lo están en la memoria y en la presencia de muchos de sus familiares que acuden con gusto a estas celebraciones.

Luego de terminada esta y todas las celebraciones religiosas previas,  alguien sugiere tomar una fotografía de todos los jugadores y éstos se congregan en el presbiterio, sonrientes y festivos, queriendo romper la solemnidad, pero llega un momento, cuando ya están todos "a cuadro", en que se hace un silencio, un brevísimo silencio que dura lo que el click de la cámara, pero que conmueve por la mirada expectante de los ahí reunidos y los años de historias, anécdotas y buenos momentos que se condensan con su presencia, aún sin que digan  una sola palabra.  Entre muchos otros detalles simbólicos la familia entera del señor Alfonso Hernández Flores se tomó una foto con la manta conmemorativa que califica a los integrantes del Equipo como: Los únicos, los originales, históricos e inigualables.


Esta breve síntesis es necesaria para hablar del centenario del Equipo, porque las celebraciones en torno a la propia existencia del Club han cobrado una gran relevancia, no se crea que en todas partes los exintegrantes y la población en general les tienen tanto respeto y veneración a sus equipos deportivos, máxime si hace treinta años que cesaron sus funciones.

Y es que las acciones de conmemoración (y nunca mejor utilizada la palabra y su énfasis en la memoria) hacia el Club son bastante añejas: se realizó una ceremonia y otras acciones, con motivo del cincuentenario en 1973, algo similar ocurrió en 1998, con motivo del sesquicincuentenario (no existe esa palabra pero significaría septuagésimo quinto aniversario) también hubo varias acciones.

Hay un factor que facilita estas celebraciones. Desde hace mucho tiempo, al menos 83 años, se realiza un partido amistoso con ánimo de celebración el día 16 de septiembre.  Las fotos más antiguas de Los Aztecas así lo documentan.  Me es difícil imaginar que esos jóvenes de 1938 celebraran un partido con el carácter de "veteranos", esto se implementó posteriormente, cuando los propios jugadores, activos y retirados, se percataron del entrañable aprecio que unos y otros conservaban para con el club.  De cualquier manera ese partido conmemorativo del 16 de septiembre es una tradición tan apreciada como lo es el Equipo y todo lo que éste representa.

Mencioné las celebraciones por el cincuentenario en 1973, al menos en esa ocasión y al menos un servidor lo recuerda, ya hubo un partido entre veteranos, en un Campo Azteca que no dista mucho de las fotografías de 1938. Probablemente aquel haya sido el primer partido entre veteranos, el caso es que se siguió llevando a cabo, con las consabidas irregularidades que las circunstancias particulares de cada momento puedan traer consigo, como la pandemia en 2020. 

Cabe destacar que no pasó mucho tiempo para que en las charlas que rememoraban partidos y compañeros de equipo, tuviera que lamentarse la desaparición de algunos de ellos, y aunque muchos de estos deportistas fueron muy longevos (como la gente de antes) el tiempo es inexorable.  Ello motivó que previo a la realización de un encuentro deportivo, se celebrara una misa en memoria de los jugadores que ya han fallecido, en agradecimiento por los que aún están vivos y en agradecimiento por todo lo que esta Agrupación Deportiva ha significado desde su creación, para todos los que han sido parte de ella.

Le comparto algunas imágenes de los años recientes, tanto de la celebración religiosa como del partido que en ambas ocasiones fue contra el equipo de Veteranos de los Linces del Tecnológico de Celaya, estos encuentros fueron  previos a la pandemia y previos a la celebración que motiva este artículo, pero todos ellos, como manda la tradición, se llevaron a cabo un 16 de septiembre.
Terminada la misa los presentes se reunieron en el Campo Azteca, que ya dista mucho del que rememoramos en los años setenta, tiene tribunas techadas y pasto artificial, algo que ni los más optimistas o fantasiosos jugadores de los primeros equipos hubieran creído posible.  Previo al encuentro se realizó un homenaje en específico a dos figuras deportivas del municipio: Ranulfo Rosas Rico, el Chapulín, de quien ya hemos hablado en este espacio y Alfonso Oviedo Villanueva, el Zurdo que, al igual que Ranulfo, llevó su carrera profesional hasta la primera división.  Ranulfo no jugó en el Aztecas, pero no por ello ninguno de los presentes le regateó un gramo de admiración y aprecio, tanto cuando estaba en activo, como en este homenaje.

El zurdo sí fue parte del Equipo Aztecas, su reciente desaparición hacía todavía más emotivo el homenaje.   En el centro de la cancha, en esa circunferencia a la mitad de todo, se reunieron los veteranos y los organizadores ponderaron la importancia y la trascendencia de los homenajeados, a la vez que entregaban presentes muy significativos a los familiares de uno y de otro futbolista.  También se otorgaron reconocimientos a algunos de los veteranos, concretamente a los señores:

Pedro García Ramírez
José Luis Hernández Flores
Alfonso Hernández Flores
José Antonio García Ramírez
Alfonso García Ramírez

De manera especial se hizo mención al carácter de fundador del equipo del señor José Cruz Silva, por lo que se entregó un reconocimiento a sus familiares. Como se comprenderá fundar el Equipo es gran mérito, pero mucho más lo es haberlo apoyado, en todas las formas posibles, durante décadas, como hizo el señor José Cruz.
Y por si lo ha notado en las imágenes, muchos de los presentes portaban una camiseta conmemorativa, que como todo aquello que se realice una vez cada cien años, cobra un valor adicional, adicional al valor estimativo que ya posee.



También, aprovechando la atmosfera conmemorativa del momento, se recibió  un presente, de parte de la Parroquia de San Francisco de Asís y un mensaje del señor Cura Párroco, mismo que, más que transcribir comparto en la imagen, agradeciendo al ingeniero Bustos sostener el mensaje para la foto.   Además se entregó a los familiares de la señora Francisca Cruz Moncada, un reconocimiento por ser una de las porristas más apsionadas por el equipo, durante muchos años.


Me parece por demás acertado calificar a este equipo como:   "El mejor ejemplo para Comonfort, de  Deporte Sano y Limpio que debe practicarse".


De manera que acabaría siendo muy significativa, el profesor Juan Girón, gran impulsor del equipo y sus celebraciones, entregó unos presentes fabricados en latón al maestro Juan Manuel Nuñez, entre otros motivos, por haber tenido la deferencia de venir desde Aguascalientes a esta celebración y a jugar en el subsecuente partido.



En ese mismo marco festivo, el equipo de los veteranos de los Linces, otorgó un reconocimiento al señor Maclovio Murguía Garza; para mayor simbolismo, el reconocimiento que, imagino se entregará periódicamente, lleva el nombre de "Reconocimiento Ranulfo Rosas Rico Al Mérito Deportivo".  Con el mismo sentimiento de aprecio entre ambos equipos los Linces otorgaron un emblema conmemorativo, además de tomarse una foto con la manta de los únicos, los originales…
Desde hace unos años, el partido del 16 de septiembre se juega contra el equipo de Veteranos de los Linces del Tecnológico de Celaya. Como es propio de este tipo de encuentros priva un ambiente muy cordial y se percibe que los presentes entienden el porqué de este partido y el reconocimiento intrínseco que merecen los jugadores de ambos equipos por el esfuerzo físico que implica jugar a determinadas edades, pero para nadie es motivo de reproche que estos hombres no jueguen como hace veinte, cuarenta o cincuenta años, muy por el contrario es motivo de admiración que se lancen tras el balón y, jugando, jugando, le den, una vez más sentido a esa fiesta de la memoria y del aprecio hacia lo que este equipo fue y hacia lo que sigue significando para cinco o seis generaciones de chamacuerenses.

Pese a todo, decimos con orgullo que el equipo Aztecas se impuso contundentemente al equipo visitante, por la friolera de tres goles a dos.

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El Centenario del Club Deportivo Aztecas
 
El primer servicio urbano de pasajeros
Hace unos años le escuché a don José (Quintiliano) Prado platicar sobre las primeras concesiones para Taxis que se otorgaron en el municipio, al mencionar al señor José Arellano comentó también que él había establecido el primer servicio urbano de pasajeros. Siendo un tema muy interesante y siendo su hijo, Pepe Arellano, conocido mío desde la infancia, acudí a platicar con él sobre el tema; a partir de su información se configuró el siguiente artículo que, como si fuera un Ford Mercury 1955, me transportó al Chamacuero de hace sesenta años.

El señor José Arellano Rangel, a quien sus amigos apodaban "El Pando", nació en la cercana comunidad de Cañada de La Virgen en el año 1922; emigró a Comonfort cuando su padre decidió radicar en nuestro pueblo. En su juventud, como muchos comonforenses de antes y de ahora, se fue al norte a trabajar unos años. Regresó con algo de dinero y pudo adquirir una de las primeras concesiones (o permisos) para taxis que se otorgaron en el municipio. Era compañero de don Tilo, don Toño Hernández, don Pancho Hernández y don Eugenio Espinoza (a quien sus amigos le decían "El Caramelo") y otros tres o cuatro de los primeros taxistas. Cabe hacer mención que el permiso para el Taxi era casi tan costoso como el vehículo con que se prestaría el servicio.

Posteriormente compró un camión, un Ford Mercury 55; esto fue en el año 1967, aproximadamente o como muy tarde en 1968 (cuando las olimpiadas). Era un camión de línea, no se adaptó para el transporte de pasajeros aunque, como lo hacen evidentes las fechas, no era un autobús nuevo. 
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En algún momento don José se vio obligado a vender una de las concesiones y otra se perdió al no haber un camión apropiado para utilizarla.  Porque no se crea que alguien compraba un camión y lo ponía en servicio a su gusto; don José debió presentar el planeamiento en "Tránsito del Estado". Se hizo el estudio correspondiente de la necesidad de este servicio por parte de la población. Presentaba los horarios que le exigía la dependencia y había, con los criterios técnicos de aquellos años, una revista mecánica periódica a las unidades. Venían y checaban el funcionamiento de los camiones. No obstante no había, como ahora, un límite para la antigüedad de las unidades en servicio. Adicionalmente a todo esto, si usted observa la primera fotografía de este artículo, tal vez disitnga, en el lateral del camión, las palabras Soria y Escobedo, resulta ser que el permiso que obtuvo le permitía dar servicio hasta Soria, si así lo decidía. Pero, imagino que por motivos prácticos, el servicio, en esa ruta sólo llegaba hasta La Pama, bueno, hasta "El Tlacuache".

Tal vez por las rutas lentas no se tiene memoria de algún accidente de estas unidades. Alguna vez, dada la demanda que, en ciertos días, especialmente el domingo, tenía este servicio, el camión venía lleno en su totalidad y el ayudante del chofer, que justamente iba en esos días para facilitar el acceso, venía colgado del estibo, como si fuera por las más populosas rutas de la ciudad de México en hora pico.

El servicio funcionaba solamente con el chofer, sin un cobrador, solo los domingos como mencionamos.
Años antes de este cambio compró otro camión que destinó a la ruta de Comonfort a Orduña y Morales. (Unos diez kilómetros de ida y otros tantos de vuelta); también esta ruta fue diseño suyo. Ese era un Ford 67. Estas rutas parecen cercanas, pero hay que considerar que a lo largo de todo el trayecto subía y bajaba gente y que, aún en aquellos años, en el camino de Comonfort a La Palma había viviendas casi ininterrumpidamente. En la otra ruta quedaban las comunidades de Don Juan, Orduña de Abajo, Orduña de Arriba, Nopalera y Morales. Además, ambos trayectos eran caminos de terracerías, no siempre en las mejores condiciones. Con toda esta combinación de factores no podemos hablar de un rápido recorrido. Era un viaje lento, polvoso, traqueteado, pero era indispensable (y de mucha ayuda) para los usuarios. 

La ruta hacia La Palma tenía una periodicidad de una hora, es decir si uno esperaba el camión no pasaría más de una hora para que este llegara y si, por alguna razón, no lo alcanzaba a abordar, una hora después volvería a pasar. Claro, en los horarios "habituales", que iban más o menos de 5:30 de la mañana a 9:00 de la noche, no se crea que a las 3 de la mañana había servicio.  El camión en realidad llegaba hasta "El Tlacuache", hoy colonia Álvaro Obregón, ahí se daba vuelta y se regresaba, al llegar al otro extremo de la ruta, en este caso la  Plaza 5 de Febrero aguardaba ahí unos 20 minutos, pero la gente ya conocía los horarios y aguardaba sin prisa a que el autobús saliera. En ambas rutas el pasaje, en su mayoría, lo conformaban señoras que venía a vender, o venía a algún mandado. No era inusual que algún pasajero subiera con gallinas vivas como una carga cotidiana. Ya puercos o becerros no sucedió nunca. En el horario correspondiente también viajaban estudiantes de secundaria. 

Algo muy peculiar, aunque no sucedió durante mucho tiempo, fue que el camión le llevaba la carne a don José "El Chaparro", inclusive le quitaron los asientos de atrás y ahí le acondicionaban con hule o lonas; cuando el autobús pasaba por el rastro le cargaban la carne, algo muy práctico porque el paradero del camión estaba enfrente de la carnicería, en la calle Abasolo. Esto no necesariamente ocurría todos los días pero sí varias veces a la semana. Si la maniobra pudiera no parecer muy práctica hay que recordar que ese modelo de camión tenía una puerta en la parte trasera, en medio; pero no en el lateral, sino en la cara posterior.

Y aunque eran camiones de servicio urbano, no tenían asientos rígidos de plástico sino sus asientos con vinil y resortes, así como sus coderas. Parte del mantenimiento implicaba arreglar los asientos, retapizarlos o pintar las paredes.

Su hijo José andaba, un tanto por gusto y otro por obligación, en estos vehículos los fines de semana y los periodos vacacionales. Nos contó que manejaba estos camiones desde los trece años, incluso aprendió a manejar en estos, antes que en un automóvil. Acudía a las rutas ya fuera como apoyo a los choferes o cuando alguno de ellos faltaba por cualquier motivo. Don José Arellano trabajó estas dos rutas durante casi veinte años, dejando la actividad hacia el año 1982. En ese periodo, quizás hacia mediados de los setentas, otras personas en el municipio pusieron en servicio otros camiones en otras rutas: los señores Pescador y los señores Sotelo, sin que ello provocara problema alguno a don José.


Este camión hizo la primera ruta de transporte público en el municipio. Esta ruta iba desde el centro de Comonfort, hasta la comunidad de La Palma. Aproximadamente 3 km de ida y los mismos de vuelta, lógicamente. La ida de establecer específicamente esa ruta fue de don José. En los primeros años llegó a suceder que este camión se descompusiera y don José, como no tenía modo de repararlo ahí, ni de remolcarlo, bajaba el pasaje, cerraba el camión y lo dejaba ahí el tiempo que fuera necesario.

Posteriormente le inteligió para repararlo, también lo remolcaba, lo llevaba a su terreno y ahí le hacía las reparaciones necesarias; aprendió de mecánica, digamos que por necesidad, porque no tenía formación de mecánico automotriz. Y aprendió por sí mismo, lo cual no es poco mérito. A veces si la reparación era ya más complicada el señor Quintiliano Prado le asesoraba un poco. 

Al primer camión la gente le apodó "La Malesoco". Cuentan que don José Arellano se hizo compadre de una señora de La Palma y dicen que cuando pasaba por ahí la señora le gritaba: "Pérate, compadre, que se queda Malesoco", así que la gente le puso al camión "La Malesoco". Este camión tenía motor a Gasolina, pero posteriormente fue substituido por un vehículo con motor a Diesel, un International modelo 69.
En esta imagen aparece elprimer autobus, el Ford Mercury,1955. La viga, de la que se sujeta el joven de la foto, era usada para extraer los motores de las unidades. El joven de la foto es un sobrino de don José. 
El segundo autobús que realizó la ruta Comonfort - La Palma, tomándose un merecido descanso, luego de sus años de servicio.



Don José conservó el automóvil con el que dio servicio de taxi, muchos años después de que había vendido el permiso, justamente para dedicarse a los camiones. Aquel automóvil era un Plymouth  1957. Tan sólido y potente que con dicho automóvil llegó a remolcar el camión cuando alguna avería obligaba a trasladarlo de esa manera.

En los primeros años, don José manejaba personalmente su primer camión, sobre todo en la primera ruta, después durante muchos años su chofer fue don Vicente, a quien apodaban "El Loco". Otro chofer suyo tenía el apodo de "El Cigarra". Con toda seguridad estos sobrenombres serán recordados por los usuarios de aquellas unidades.

Cuando ya había finalizado la operación de sus camiones, don José volvió a irse al norte, no obstante que ya tuviera 72 años. Como tenía papeles, de cuando trabajó de joven, arregló todos los trámites, le faltó poco para obtener la ciudadanía, pero era residente, tenía documentos para entrar y salir a su arbitrio. Incluso tuvo la posibilidad de obtener una pensión, pero como le exigían que residiera un cierto tiempo en los Estados Unidos, a esa edad no le llamó la atención estar sólo mucho tiempo. Finalmente falleció en 1997, cuando rondaba los 75 años.

Yo puedo conjeturar mucho sobre la importancia que este servicio tenía para los chamacuerenses de hace sesenta años, pero más ilustrativo que dibujar una escena de señoras con rebozo y cubetas que, tras una breve espera, eran llevadas por los caminos polvosos de nuestro pueblo, baste considerar que siempre fue una actividad que redituaba, al menos lo suficiente, para seguir desempeñándose.

Claro que rememorar este ir y venir de aquellos camiones tiene una alta dosis de nostalgia, así lo comprobé en el rato que dialogué con Pepe Arellano quien, amablemente, me contó esto que aquí resumo, agradeciéndole su disposición  y esperando que sirva como un modesto recuerdo para don José Arellano Rangel.


Un Plymouth 1957, como el que tenía de Taxi don José Arellano y que conservó, muchos años después cuando no tenía ni Taxi ni Camiones.


En esta foto (que ya habíamos publicado, con información incompleta) está don José Arellano Rangel, junto al primer vehículo que utilizó como Taxi (se ve el l etrero de LIBRE en el parabrisas) este automovil era un Studebaker Comander de 1947.

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El primer servicio urbano de pasajeros